Diecisiete días desde el comienzo de la invasión. Más de dos semanas de imágenes de una guerra en la que se repiten escenas dolorosas con la consiguiente reacción solidaria.
Es admirable ese impulso, ese tsunami solidario, pero toda guerra significa evidentemente caos, también a la hora de apoyar y ayudar. Esta mañana, me gustaría empezar el programa con el llamamiento de los que llevan décadas, años en todo conflicto donde se deja de aplicar la razón y se han impuesto las armas.
En este momento, actuar de manera individual puede generar el efecto contrario, aunque sea una muestra extraordinaria de empatía y valentía.
Acudir con tu vehículo propio sin una programación a la frontera, acoger a una única persona sin tener en cuenta sus vínculos emocionales generando aún mayor desarraigo, enviar ropa cuando los almacenes ya no dan más de sí y kilos y kilos se están mojando en la frontera, evitar los canales oficiales o el soporte de asociaciones, fundaciones o colectivos pensando que todo será más rápido obvia que esas personas necesitan el arrope de las normas y leyes europeas y españolas.
La guerra va a ser larga, pero más aún la posguerra y esa mecha, esa llama solidaria que se ha encendido, deberá mantenerse viva por mucho tiempo, con los ucranianos llegados y puede que con muchos de los que nos crucemos a diario.