Como estamos terminando la semana, no me resisto a terminarla con una de las noticias más destacadas. Tras analizar los datos recabados por el Ejército norteamericano durante dos décadas -estaríamos hablando de varios millones de militares-, un grupo de científicos de la Universidad de Harvard ha podido concluir que el virus Epstein-Barr (VEB), responsable de la mononucleosis o la enfermedad del beso, es la causa principal de la esclerosis múltiple.
En el mundo hay casi tres millones de personas que la padecen. Localizado el causante, será mucho más fácil el desarrollo de una vacuna. Moderna, por ejemplo, ha anunciado el comienzo de los ensayos.
Ante las enormes expectativas levantadas -el impacto de los titulares- han sido numerosos los especialistas que han querido templar recordando que queda un largo camino y no está garantizado que sea la respuesta única y definitiva a la enfermedad. No se llega a una victoria inmediata, pero se toma el camino correcto.
La emergencia global provocada por el coronavirus y la excepcional y rápida respuesta en forma de vacuna, algo nunca visto, tal vez nos puede confundir y tal vez normalicemos un proceso que ha sido extraordinario.
Parece una obviedad, pero la ciencia -también ocurre con la Justicia aunque a veces no nos guste-, no juega, no se conjuga, no compagina, no convive bien con la premura y la inmediatez en la que estamos instalados.