Despertar cada mañana con la sensación de ir a lomos de un caballo desbocado, el de los precios, y esperar que el mordisco de la factura eléctrica, el supermercado y la gasolina no deje raquítica, escuálida, exhausta nuestra nómina.
Resulta que después de estos dos últimos años en los que dirigimos nuestra mirada hacia los científicos buscando la respuesta, ahora solo queremos sentar en nuestra mesa a un cuñado economista, o como mínimo contable, para que nos ilustre y consuele aunque sepamos que nuestra cartera va a seguir tiritando.
Decía aquello de sentar a un economista en la mesa, o este fin de semana a un meteorólogo. El invierno, el puro, el de verdad, el fetén, el de diciembre vuelve durante algunos días. Así que de momento, no se congelan los precios y seguiremos en esta espiral, pero sí lo van a hacer nuestras extremidades.