Llegamos tarde y algunos más que otros porque los efectos de la espantada de Reino Unido, aún más claros y cercanos, los hacemos nuestros cuando ponemos los pies en carretera circulando por la izquierda y hablamos con un transportista español que esta noche ha cruzado el Canal de la Mancha para dejar su mercancía en territorio británico, o lo que adelantan las empresas españolas de Murcia o Andalucía, que proporcionan toneladas de productos frescos a consumidores de aquel país.
La crisis de suministros se puede agravar en noviembre cuando llegue el frío. No dejamos de ver con cierto asombro que los británicos se encuentren en una situación en la que sus autoridades ni siquiera habían planificado una respuesta adecuada a la falta de profesionales en los sectores estratégicos.
Pero habría que recordarnos que los problemas y esas debilidades son compartidas y comunes entre países. En Reino Unido han limitado extraordinariamente la entrada de trabajadores, pero los nacionales rechazan un trabajo, el de transportista, que consideran mal pagado y especialmente duro.
Mientras se observan los enfrentamientos por unos litros de gasolina en una estación de Manchester, recuerde que el 72% de los conductores españoles de vehículos de transporte de mercancías tienen más de 50 años. Nuestro país necesita ya a fecha de hoy 5.000 conductores profesionales y en los próximos cinco años, nos faltarán más de 15.000 transportistas sin necesidad de un Brexit.
