Adiós abril, sí. Y también adiós a una semana que no sé cómo resumirla. Podría ser una semana de secretos. Hemos hablado mucho de secretos, pero secretos oficiales. Información oficial y delicada para un Estado, un Gobierno.
En los próximos días se constituye la Comisión de Secretos Oficiales en la que, por cierto, un buen número de integrantes buscan precisamente el desmantelamiento del actual Estado.
Pero para el común de los mortales y nuestros secretos inocuos, lo extraordinario es que en un tiempo en el que quedamos absolutamente desnudos frente a esa capacidad tecnológica para llegar a nuestras entrañas y que sean otros los que nos conozcan mejor que nosotros mismos, lo increíble es que aún podamos guardar algún espacio para lo secreto, que no privado.
Voluntaria o involuntariamente hemos abierto la puerta de nuestra trastienda diaria íntima. La mayor parte de nuestros secretos están privatizados, es decir, en manos de esos gigantes que manejan una información que para sí quisiera un Gobierno o el propio CNI.
Sobre esto de los secretos, no es que ayude tampoco la propia ciencia. Según un estudio de Michael Elhe, publicado por la Asociación Americana de Psicología, guardar un secreto provoca que una parte de nuestra corteza orbital prefrontal se estimule y se disparen las primeras señales de estrés ante la posibilidad de liberar dicha información clasificada.
Así que, si aún le queda algún secreto, alégrese. No es necesario ningún esfuerzo de honestidad y de transparencia. Es aquello de que quien tiene un secreto, visto lo visto, tiene un tesoro.