Es un islote rodeado de arena. Tiene 960 metros de circunferencia, elevándose casi cien en altitud. En el centro está el peñasco. Siendo la abadía la construcción más alta del promontorio. En Mont Saint Michel, los acantilados normandos quedan al este. Allí, gran parte de los edificios conservan todavía elementos de madera en su estructura, componentes característicos de la arquitectura francesa en el siglo XI.
En la Grand Rue, en la calle principal que sube a la abadía, está la iglesia de St. Pierre, erigida durante 400 años, y en su interior la capilla de San Miguel. La abadía es una muestra de la pericia de los arquitectos de la Edad Media. A su alrededor hay calles estrechas y escaleras empinadas.
Tras atravesar la sala de Guardias, subimos la escalera del Grand Degré, por la que se accede a las terrazas. Vemos filas de dobles de columnitas formando parte del claustro; ese era el lugar de la oración, el espacio que fue trazado para la meditación y que permitía -además- moverse entre los edificios. Desde el claustro se contempla un horizonte que le permite a la imaginación partir desde el espacio para hacer un viaje en el tiempo.
Los viajes en el tiempo con la imaginación son cortos, pero son posibles. Las ventanas que miran hacia el mar debían de haber dado acceso a una sala capitular que nunca llegó a ser levantada. Desde la terraza oeste de la abadía se ve abajo la capilla Saint Auberty, y al fondo, el horizonte lejano del mar y en el trasfondo-aunque no se atisbe- la isla de Gran Bretaña. Pero antes de la línea que separa el agua del cielo, delante, están los arenales surcados por corrientes y sombreados por las nubes.
Según pensaba Victor Hugo, Mont Saint Michel representaba para Francia lo que la Gran Pirámide podía ser para Egipto.