Las gafas de sol tienen su origen en torno al siglo XII en China. Fue el primer lugar donde se desarrolló una tecnología para ahumar los cristales de cuarzo con el objetivo de oscurecerlos. Estos cristales ahumados eran usados por los jueces chinos y no tenían como principal objetivo la corrección de la vista, ni tampoco para protegerse de la luz solar. El verdadero fin de las primeras gafas de sol era el de ocultar la expresión del ojo durante los juicios con el fin de ocultar cualquier evidencia sobre el veredicto final que únicamente se daría al finalizar el juicio.
A mediados del siglo XVIII, el británico James Ayscough comenzó a experimentar con lentes tintadas. Él no las concebía como gafas de sol ni como mecanismo de protección frente a los rayos solares, sino como remedio a algunos problemas específicos de visión. A principios del siglo XX se empezó a generalizar el uso de gafas de sol entre las estrellas del incipiente cine mudo. Sam Foster inició en 1929 la producción en masa de gafas de sol económicas en Estados Unidos. En 1936 aparecieron las primeras gafas polarizadas.
Se popularizaron en la II Guerra Mundial, cuando los pilotos las usaban para evitar reflejos en sus arriesgadas misiones de ataque. Pero la historia de las gafas de sol comenzó miles de años antes y lejos del centro de Europa. Fue hace 12.000 cuando los pueblos esquimales crearon las que están consideradas las primeras gafas de sol. No se trataba de unas gafas al uso, con cristales tintados, pero su objetivo era evitar la peligrosa radiación solar que refleja la nieve y que puede producir ceguera a quienes viven en un escenario de hielo constante. Mediante conchas o trozos de madera, construían una especie de antifaces con unas pequeñas ranuras por las que entraba solo la luz justa para poder ver -como ilustra la imagen superior-, pero que reducían mucho el impacto de los rayos UV en la retina. De este modo, los ojos estaban protegidos y se reducían los daños por el sol. Tuvieron que pasar muchos siglos, para que se hicieran los primeros experimentos con cristales tintados, el precedente directo de las gafas de sol que usamos hoy en día. En el siglo XVIII, el óptico y diseñador británico James Ayscough fabricó las primeras lentes tintadas de verde y de azul, que usaba para tratar problemas de visión. Poco a poco, el invento se fue perfeccionando hasta convertirse en las gafas que conocemos hoy: un complemento de moda y estilo casi imprescindible para enfrentarse a una jornada soleada.
Vanessa Brown, experta en diseño, pretende vincular este tipo de gafas a la fama, el glamour y al poder. Con el tiempo, hemos creado un vínculo directo entre las gafas de sol y este concepto de riqueza. Así, la persona que lleva gafas de sol, automáticamente se vuelve más atractiva y glamurosa.
La experta, además, alega que las gafas de sol ayudan a ocultar gran parte de los defectos que podamos tener en el rostro, como rojeces, ojeras, pequeños granos, marcas... además de ayudar a simular una mayor simetría en ambos lados de la cara.