La explicación más frecuente para esa tendencia a extraviar las cosas tiene que ver con un factor cognitivo, la atención. No estamos plenamente concentrados en lo que estamos haciendo y por eso ocurren esos pequeños accidentes que nos impiden recordar dónde están objetos como:
Los paraguas, un objeto que va de la mano con perder su funda. Los cascos que, además de estar enredados, nos olvidamos constantemente de ellos. También el bolígrafo mítico de tinta azul, el tapón de la olla exprés. Además, los objetos para recoger el pelo como las horquillas o la redecilla del moño, son muy propensos a no prestarles atención. Los calcetines que siempre se pierde un par. La tuerca de los pendientes o cualquier tuerca. Por último, los tickets como los de cambio de lo que sea, bonos o abonos o tarjetas descuentos, e incluso el ticket del parking. A veces pierdes hasta la página por la que ibas y el hilo de la conversación.
Aparte, hay objetos que te pierden y te echan la culpa a ti, una norma general en cada casa. La paciencia, los nervios, las ganas, los papeles. Y en otro orden de cosas morales perdemos hasta la inocencia, el sentido común, la compostura, la memoria, se pierde la confianza y hasta las llaves o las gafas.
Otro punto es la paradoja en los objetos que nos hacen perder y se pierdes cuando hacen ganar, como los décimos de lotería, en los objetos en los que perdemos otros objetos y nos olvidamos de ellos, como los bolsillos o las lavadoras, y los objetos que se perdieron pero fueron sucedidos por otros más modernos como el Fax, que viene de otros dos objetos reemplazados como el telégrafo y el panatógrafo.