El objeto elegido hoy por Isabel Lobo en su Objetología es el sacacorchos. ¿Sabías que fue patentado por primera vez en 1795? Aquel año Samuel Henshall patentó el sacacorchos de tornillo. Durante el siglo XVIII la mayoría de los que se utilizaban eran en forma de T. En el siguiente siglo empezó la difusión del tipo palanca, sistema inventado por un belga y patentado por un inglés en 1855. Probablemente de este modelo derivaron los que en la actualidad son más utilizados. La imaginación de los artesanos se reflejaba en la diversidad de formas, ornamentos y materiales para su fabricación. Muchos son los modelos que ha perdurado hasta nuestros día, y muchos actuales inspirados en los de siglos pasados.
El sacacorchos ha evolucionado a lo largo de la historia. Hay diferentes modelos. El Tin-Opener, el modelo Cerradura (fabricado en Alemania en 1808, fue uno de los primeros sacacorchos plegables y de bolsillo), el modelo Manivela (fabricado en Francia en 1905) y el modelo Acordeón. Hoy en día están los sacacorchos eléctricos.
El sacacorchos es un invento tan español como la fregona o el chupa-chups. Nuestro es el sacacorchos búho. Nació provisto de brazos en 1932. Aconteció en el País Vasco, en Éibar bajo la firma del diseñador industrial David Olañeta. Su parecido animal lo convirtió en éxito instantáneo. Así este búho ha ido anidando en los hogares de casi todos los españoles. Sus dos remaches que simulan los grandes ojos de la rapaz nocturna le dieron su nombre y sin duda ayudaron a popularizar aún más una marca eibarresa con 112 años de historia.
La vigencia del sacacorchos
Seguro que esta semana habéis leído en prensa el titular "Dos aficionados descubren bajo el mar un tesoro romano escondido de los bárbaros". ¿Qué se esconde detrás de esta noticia? Pues que un sacacorchos es el que ha permitido descubrir este tesoro. Un total de 53 monedas de oro de entre los siglos IV y V en la bahía alicantina de Portitxol.
Los cuñados Luis Lens y César Gimeno hicieron una inmersión y se dieron con un destello de una roca en la bahía de Portitxol, a unos siete metros de profundidad. Esto hizo pensar a Lens que había encontrado “lo que parecía una moneda de 10 céntimos”. Siguió buceando y, antes de volver a su barco, decidió rescatarla. “Estaba en un pequeño orificio, como de cuello de botella”, relata. Y ahí es donde entra nuestro protagonista, el sacacorchos.
Al subir a bordo, la limpió y descubrió “una imagen antigua, como una cara griega o romana”, y pensó que era una joya perdida. Lens y Gimeno bajaron de nuevo al lugar del hallazgo y, “con un sacacorchos del barco, de navaja suiza pequeña”, sacaron a la luz en “un par de horas” lo que se convirtió finalmente en un tesoro formado por 53 monedas de oro de la época del fin del Imperio Romano "incrustado en una hendidura de roca”. Uno de los mayores conjuntos de Europa de sus características.