A Isabel le gusta los sillones orejeros… Pero el sillón de masaje no. "Ese sillón que tenía por finalidad hacerme un masaje lumbar y cervical, acabó siendo una auténtica tortura. Digamos que por una cuestión de dimensiones que nunca se tiene en cuenta para el ser humano menudo, o sea pequeño, o el ser humano desorbitado, grande, tipo torre, que se sale de la media". El sillón de masajes es para las personas de estatura media. Fuera de esa medida, no dan ni una.
La conclusión de Isabel es que no está hecha para la vida de automáticos y está dispuesta a demostrarlo con ejemplos.
El primero es el de las puertas automáticas. Las personas bajitas siempre tienen que saludarla educadamente y a veces con demasiado entusiasmo para llegar con el brazo a la altura del detector y no estamparse.
Otro problema tienen las personas que no son de estatura media con el cajero automático porque las pantallas siempre dan reflejo. Y es muy noble la causa de los mayores que reivindican cajeros sencillitos.
Los dispensadores de gel hidroalcohólico automático para las personas de baja estatura son complicados, pues parecen egipcios del jelogrlifico porque está muy arriba o directamente el cacharro no les reconoce.
En el caso de la puerta del maletero si que tiene sentido el automático para abrir y cerrar. En el manual tenemos Isabel abre la pueta, pero a ver quien la cierra.
Según Isabel, debería existir una especie de sistema automático como el de las máquinas expendedoras o el caza peluches de la feria para las estanterías de arriba del supermercado.
Por cierto, para terminar, el creador del sillón de masaje automático en el año 1954 fue Nobuo Fujimoto. "A este le debo todas mis contracturas de semana santa" dice Isabel.