Punta Norte: La esperanza, la banda de científicos
Lo que hoy les vamos a contar es una historia de esperanza auténtica, Jaime. Creo que podría decirse así, sin incurrir en grandilocuencias. Lo que les vamos a contar es una historia de esperanza verdadera. Y para empezar, hay que referirse a los que la hicieron posible. Ellos fueron una banda. Hay bandas de narcotraficantes, hay bandas de atracadores; pero también hay bandas de científicos que se mueven en silencio, con sigilo, con audacia, con perseverancia, en cooperación.
De los integrantes de esa banda ha hablado el biólogo Sean Carroll. Carroll le ha contado a la BBC que ellos vieron cosas que nadie antes había visto, y pensaron cosas que nadie había pensado hasta entonces. Y lo que descubrieron...lo que descubrieron cambia la forma en la que miramos el mundo: la forma con la que percibimos la naturaleza.
Ellos nos han recordado algo crucial: ocurre que si el comportamiento humano ha sido, puede ser y es dañino para el planeta...ellos nos han recordado que también puede resultar beneficioso. Durante seis décadas, los integrantes de esta banda científica fueron añadiendo conocimientos desde su lugar en el mundo poniendo a prueba constante una hipótesis que ha llegado a ser una teoría reveladora. Ha llegado a a ser toda una revelación.
Los medios científicos más prestigiosos como Nature han reconocido el trabajo de Paine. Bob quiso ir más allá en el conocimiento del funcionamiento de la vida. Y se puso a investigar en una bahía al noroeste de los Estados Unidos. En la bahía Makah había gasterópodos carnívoros alimentándose de percebes, había erizos de mar alimentándose algas. Y merodéandolos a todos había un gran depredador: las estrellas de mar.
Habéis visto lo bien que nadan las estrellas de mar, lo elegantes que son en el agua. Son elegantes, sí. Pero son feroces también. Son unas glotonas contumaces. Las estrellas de mar papean percebes y mejillones con una fiereza escalofriante. Las estrellas de mar son los leones de las pozas. Y Bob Paine quiso probar algo con ellas. Así que sacó a todas las estrellas de una de las pozas de aquella bahía y durante meses estuvo observando qué pasaba.
En aquella poza sin estrellas, los mejillones empezaron a multiplicarse mientras otras especies iban desapareciendo. Al cabo de unos años en aquella poza sólo había mejillones.
Los científicos son la clave de nuestra supervivencia, Jaime. Más ahora que en ningún otro momento. Pero, en aquel momento, lo que Paine descubrió es que la diversidad de las pozas dependía de las estrellas, de las estrellas de mar. El depredador era el eje de todo. De ese modo se dio cuenta de que en la naturaleza hay especies clave. Como lo es una dovela en un arco de medio punto. Sin la dovela el arcó no se sostendría. Lo que Paine había descubierto era muy interesante. Pero no constituía todavía una regla de cómo funciona la vida. Aunque, pensó él, podría llegar a serlo.
El segundo personaje es un ecólogo llamado Jim Estes. Estamos escuchando al bueno de Jimmy. Jim vivía en Alaska, en una isla volcánica llamada Amchitka.
Cuando llegas a Amchitka, Alaska, te recibe un cartel en el que se dice "No es el fin del mundo...pero desde aquí puedes verlo". Y allí, Jim estudió un bosque de algas. Un bosque bajo el agua donde los depredadores son las nutrias. Lo que hizo Jim fue recorrer otras islas donde no hubiese nutrias. Y qué fue lo que encontró. Pues, descubrió que donde no había nutrias, no había bosque de algas. Aquello era como una manifestación de erizos. Las nutrias comen erizos mientras los erizos comen muchas algas. De modo que sin nutrias, los erizos se habían multiplicado sin control comiéndose casi todas las algas. Es decir, sin los depredadores no había bosque submarino. Jim Estes dejó unos años Alaska, cuando se fue de la isla con vistas al fin del mundo había una estimación de 8.000 nutrias. Cuando regresó, cinco años después, no quedaba casi ninguna. Era un declive superior al 95 por ciento. El rastreo científico del fenómeno reveló que el causante era la mano
humana, era la caza industrial de ballenas en el Pacífico Norte. Sin ballenas, las orcas cambiaron su dieta y empezaron a merendar focas, hasta casi terminar con las focas de aquella zona. Después llegó la hora de las nutrias, por eso, las nutrias desaparecieron en aquel rincón de Alaska casi por completo. Y ese fue un impacto en todo el ecosistema. Menguando también la población de salmones, de aves marinas y hasta de las águilas calvas que había por allí. Lo que la banda de científicos estaba descubriendo es que la naturaleza está conectada en escalas de espacio y tiempo. Aquellos investigadores estaban contemplado aspectos que nadie había visto aunque estuvieran delante mismo de la lupa de ciencia.