Arthur Dee firmaba sus cartas a la reina I Año 1991, una mujer llamada Sue Tilley doblaba la esquina para continuar su camino por Portobello Roud, en Londres. En perpendicular al paso de cebra que ella estaba cruzando, en perpendicular a sus pasos un coche esperaba la luz verde del semáforo, y en una radio que no era la suya, en la radio del coche que quedaba a su izquierda de Su Tilley, ella escuchó por primera vez aquella canción. Una canción cuya sonoridad le llegó justo después de haber doblado la esquina.
Aquel instante perdido en el tiempo fue recuperado años después por la memoria de una mujer llamada Sue Tilley. La señora Tilley se dirigía aquel día de hace 30 años a su segundo trabajo. Después de haber estado trabajando en el primero.
Cuando Sue Tilley llegó a la modesta casa de ladrillos marrones, miró al cielo y llamó a la puerta. Él abrió enseguida. Sue Tilley saludó a su empleador. Después, comenzó a desnudarse. Sue solía desnudarse deprisa. En cambio su segundo trabajo tardó años en acabarse. Durante un lustro, Tilley posó para el pintor británico Lucian Freud. Lucian firmó cuatro lienzos que partieron del cuerpo desnudo y curvilínea de Sue Tilley. Esas pinturas se han convertido en algunas de las más caras de Freud, recaudando decenas de millones de dólares en subastas. Sue Tilley pesaba 127 kilos cuando fue pintada en un retrato que se vendió por 47 millones de euros. Sue Tilley fue inspectora de prestaciones sociales en el barrio del Soho, en el centro de Londres. Aunque su segunda ocupación durante largo tiempo consistía en ser musa. Era conocida como Big Sue. Lucian Freud quería captar la carne trémula, retratar los michelines de Tilley con un realismo cristalino componiendo la imagen en el lienzo a tamaño natural.
Lucian Freud retrató a Kate Moss o Jerry Hall; pero a diferencia de Tilley, ellas eran modelos. Modelos, nada más. Sue Tilley era una musa. Era una fuente de inspiración para uno de los artistas más influyentes del siglo XX. En el Renacimiento, las musas fueron figuras alegóricas. Eran mujeres representadas como diosas clásicas y divinas. En el siglo XIX, con los prerrafaelitas, hubo un cambio. Fue una transformación que llevó la inspiración hacia personas con una vida real, que particularmente eran mujeres. Porque la mayoría delas mujeres no tenían permitido ser artistas. No podían asistir ni a clases de dibujo ni exponer públicamente. Los prerrafaelitas tomaron a sus parejas, hermanas, primas como sus musas.
La inspectora de retribuciones sociales conoció a Lucien Freud a través de Lee Bowery, un artista de performance de quién Big Sue escribía una biografía. Sue Tilley y Lucian Freud congeniaron desde el primer instante en el que se conocieron.
Tilley empezó a posar para Freud tirada en el suelo hasta que el pintor compró un destartalado sofá para que ella pudiese estar más cómoda. Big Sue descansaba, dormía y pensaba en las musarañas mientras Lucian manejaba los pinceles y las pigmentaciones plasmándolas sobre lienzo siguiendo la tradición de las odaliscas y las figuras escultóricas. En el cuadro ‘Inspectora descansando’ es posible que ella tuviera una actitud más pasiva. Pero, como musa -de los nuevos tiempos- ella ejercía una influencia directa en el artista. Su personalidad importaba. Del mismo modo que dejaba de tener relevancia, con su presencia, la atribución estética atribuida a los cuerpo femeninos esbeltos.
La referencia que viene de antiguo presenta a la musa como una presencia femenina completamente sumisa al artista masculino. Sin embargo, en la historia reciente del arte va habiendo musas de largo alcance. Dora Maar, por ejemplo, era pintora más allá de la relación amorosa que mantuvo con el genio. Maar había tenido una gran preparación artística, tanto en pintura como en fotografía. Entre ella y Picasso hubo un entendimiento intelectual. Que no tuvo con ninguna de sus parejas anteriores o posteriores. Aunque, claro, igual no es el mejor ejemplo. Porque entre Picasso y Dora Maar también hubo una relación de desequilibrio. Para Dora, después de Picasso sólo existió Dios. Cuando el genio la dejó terminó haciéndose católica. Entregándose a la fe. Algo habría tenido que decir el abuelo de Lucian Freud, don Sigmunt de la evolución de Dora Maar.
Estaban en el mismo lugar, compartiendo el mismo tiempo, que era un tiempo de soledad, porque lo era de concentración. Se avanzaba explorando el aislamiento de las presencias para lograr retratos cargados de carnalidad. Lograba la percepción de la carne en un lienzo plano. Desde su mirada, él indagaba e la naturaleza humana. Freud no abrió los caminos que exploró para el mundo del arte Pablo Picasso, Freud profundizó incesantemente en los caminos viejos, en los ya conocidos, explorando en la pintura figurativa hasta el punto de conseguir en el espectador una valoradle sensación de incomodidad. NO deja indiferente mirar sus retratos. En sus cuadros se percibe el arduo proceso de ver, primero, y pintar después algo tan tremendo como la realidad. En la obra del señor Freud todos se vuelven macabros, incluso aterradores. Freud consigue ver por dentro. Y conseguía algo tan difícil porque siempre pintaba a personas que conocía.
Lucian Freud otorgaba respeto a sus modelos, un respeto pleno; sin permitirles, en cambio, ningún lugar donde esconderse ni dentro ni fuera de ellos mismos. En Freud hay una reformulación del arte del retrato. Es una relación silenciosa la que se establece. Siendo una relación potente, como la que pueda darse entre entrevistador y entrevistado. Lucian Freud trabajaba con las personas que le interesaban, con las que le importaban, por eso pintó a big Sue, a Sue Tilley. Pintaba a quienes tenía en consideración y lo hacía en habitaciones que vivía y conocía. Los estudios donde pintaba eran habitaciones no eran estudios, no eran lugares espléndidos. Eran rincones donde la naturaleza humana podía ser mirada sin distracciones. Donde podía ser retratada.