Javier Cancho nos cuenta que podríamos pensar que los errores son tan comunes, tan frecuentes, que sólo podemos dar esquinazo al erro cuando no hacemos nada. Pero, lo pensamos bien, si nos ponemos un poquito metafísicos, desde una perspectiva más amplia, no hacer nada ya sería una inmensa equivocación. Tampoco estamos vivos tanto tiempo. Luego, es verdad, que hay personas cuya vocación es la equivocación. Eso también existe y todos conocemos a alguien con esa propensión al autotrompazo.
Pero, más allá de esos empeños, parece sensato pensar que no conviene obsesionarse con el error. Los errores también son relativos. Pensemos en que América se descubre por un puñetero error. Porque, en realidad, Colón estaba viajando a la India, estaba tratando de llegar a otro sitio. Lo peor de los errores... lo peor es no aprovecharlos, lo erróneo está en justificarlos .
Claro, cómo vamos a tratar de conocer a los otros, si ni siquiera sabemos realmente cómo somos. Nos conocemos bastante de vista; hay espejos y reflejos por todas partes; pero, nos conocemos escasamente poco de hacer eso que se llama introspección. La introspección que al fin y al cabo es la posibilidad de llegar a un rincón auténtico de nosotros mismos, allí donde podemos reencontrarnos con lo que somos y con lo que somos capaces de ser.
Y me parece que relacionado con lo que somos capaces de ser y por tanto de hacer, hay algo que ha ocurrido esta semana que me ha parecido emocionante y quiero recordarlo: es el gesto, la determinación de ese señor de 81 años de Piacenza, en Italia.