Javier Cancho nos dice que ya se habla de la tercera revolución bélica: después de la pólvora, y las armas nucleares, el tercer paso sería el de la inteligencia artificial aplicada al objetivo de matar. Vivimos un tiempo en el que se puede matar a otra persona, o a muchas, estando en otro continente.
Las guerras del siglo XXI pueden propiciar más aún entre quienes matan el sentimiento de impunidad estando lejos de eso que
injustamente fue llamado teatro de operaciones…que es donde se mata y se muere. En el frente de batalla o cerca de los frentes de batalla estuvieron siempre los francotiradores. Eso no se les puede negar.
Entre ellos, hay alguna frase que posiblemente fue enmarcada con algo de exageración: hubo uno que dijo que «lo único que siento cuando mato es el culatazo del rifle». Entre los francotiradores es popular algo que ellos llaman el albaricoque.
El albaricoque es el lóbulo frontal del cerebro humano. Un impacto de bala ahí es una muerte segura. Por tanto, el albaricoque
además de una expresión es una certeza para los francotiradores. La verdad es que todo suena crudo, frío, cuando nos introducimos en este tipo de terminología.
Pero es que la guerra además de sucia siempre resulta gélida. No nos olvidemos de que la épica termina siendo sangre seca. No olvidemos que en las guerras se invierte un proceso evolutivo fundamental que tiene que ver con la propia génesis de la naturaleza. En las guerras sucede que son los padres los que llevan a sus hijos a la tumba, cuando lo lógico es que sean los hijos los que despidan a sus padres. Decía Martin Luther King que una nación que gasta más dinero en armamento militar que en programas sociales, como la sanidad…es una nación que se acerca a su muerte espiritual. Y no olvidemos que a Martin Luther King le mató un francotirador.