Alicia dice que se le ha puesto la piel de gallina tras conocer la historia del capítulo de hoy: la isla maldita a la que llevaban a los leprosos para que nos saliesen de allí nunca.
Fue una situación que empezó en la segunda mitad del siglo XIX sosteniéndose en el tiempo durante más de 100 años, prologándose hasta 1969. La ignominia consistía en que las personas que enfermaban con lepra en las islas hawaianas eran trasladadas a la fuerza a un paraje proscrito, conocido como la isla de Molokai. Aquello era un exilio de por vida, por haber enfermado. Era la condena a una muerte segura.
Y no solo eso. La historia de la mayoría de los que allí fueron conducidos, fue una historia borrada de todos los registros. De los casi 8.000 muertos que se calcula que hubo en esa isla, solo 1.300 yacen en tumbas identificadas. El tiempo, la decadencia, la negligencia, la vergüenza y también un maremoto se llevaron las historias de demasiadas personas tratadas injustamente.
Esto fue un confinamiento para siempre y de un olvido intencionado. Aquellas personas murieron dos veces, primero murieron de lepra y después murieron sin que ya nadie pueda recordarlos.
"Molakai tiene su punto de ambivalencia", dice Cancho. Es un territorio hermoso que está en la costa norte del archipiélago. Es un lugar de parajes verdes, de una vegetación frondosa. Pero, ese enclave fue un destino sin salida, fue un destino maldito. "Una cárcel de color verde para la llamada comunidad de la lepra", explica Cancho.
Allí se llevó a enfermos de todas las edades que fueron obligados a dejar atrás sus hogares. Si un niño tenía lepra y nadie más en su familia estaba enfermo. Esa criatura era arrebatada a sus padres y llevada a la fuerza a la isla. Llegó a utilizarse la violencia.
Actos de solidaridad
Molokai demuestra que en la historia de la humanidad suele ocurrir que en las peores circunstancias aparecen los mejores comportamientos. Javier Cancho nos cuenta la historia del padre Damián: "En la orden a la que pertenecía, un día se preguntó si había algún voluntario para ir a Molokai. Y aquel cura se prestó voluntario, de inmediato. Pensó que por su fe, por su forma de entender la vida, debía ir allí, aunque esa decisión pudiera costarle la vida. Y allí se quedó para siempre. Doce años después de llegar y de vivir y de ayudar a vivir a quienes allí estaban…doce años después contrajo la enfermedad. Estuvo enfermo cuatro años hasta que se murió. Su actitud es un ejemplo de compromiso y solidaridad".