Sucedió en el primer año del nuevo milenio. Fue en 2001, hace 20 años, cuando desde dentro del Centro de Investigaciones Sociológicas del Reino Unido se planteó una pregunta a la población sobre cuáles eran sus creencias religiosas. Resultó que un 0,7% de la población británica, es decir, casi un 1% de la población en Reino Unido, es decir 390.127 personas, se describieron a sí mismos como Jedis. Es decir, parece que se sentían parte integrante de ese colectivo sensible al poder de la fuerza que aparece en la narrativa de 'Star Wars'.
Es seguro que unos cuantos de aquellos 390.000 hicieron la encuesta con choteándose del CIS británico, del Centro de Investigaciones Sociológicas. Pero, lo llamativo vino después cuando se indagó en la
presencia que tienen, hoy en día, algunos nuevos movimientos basados en creencias casi religiosas. Indagando en el asunto, resulta que detrás de esa noción de fuerza mística mayor que el individuo, detrás de esa concepción, se plantea una idea más relacionada con lo holístico, entendiendo la Fuerza como un todo, como un campo de energía creado por todos los seres vivos que nos rodea, nos penetra y nos une como una galaxia.
El sistema de creencias Jedi parece ser un mosaico de principios del Taoismo, del Budismo, incluso del Catolicismo o las propias tradiciones Samurai. Pero también podría tenerse como una parte simbólica de la
propia física cuántica. Parece que algunos seguidores de la Guerra de las Galaxias han llegado a construir algo así como una inspiración para la vida. Partiendo de cierto ejercicio intelectual han llegado a un
intento serio de crear un sistema de creencias coherente, que suponga aproximarse a dos fuentes importantes en el desarrollo de los seres humanos: el conocimiento y la sabiduría. Recordemos que 'La Guerra de las
Galaxias' se basó en ideas mitológicas presentadas por el escritor Joseph Campbell, quien a su vez influyó en grandes pensadores como Alan Watts.
Alan Watts plantea lo siguiente: supongamos que todas las noches pudieras soñar cualquier sueño que quisieras soñar y, naturalmente, al comenzar esa aventura de sueños, cumplirías todos tus deseos. Tendrías todo tipo de placer que pudieras imaginar. Pero, después de varios meses viviendo en ese tipo de sueños inducidos... te nacería, probablemente, una pequeña inquietud por sentir algo diferente y te moverías a una dimensión más aventurera donde los riesgos existen y el suspense te concierna y lo imprevisto está ahí. Quizá, querrías experimentar vivir tus sueños en otro ámbito menos dirigido. Puede que te apeteciera soñar que puedes olvidar que estás soñando y pensar que todo es real como la vida que estás viviendo ahora. Tan real que podrías llegar a soñar el sueño de vivir la vida que actualmente vives.
Francisco Mora es Doctor en Neurociencias por la Universidad de Oxford y doctor en Medicina por la Universidad de Granada. Es -además- catedrático de Fisiología en la Universidad Complutense de Madrid. Es un referente internacional en Neuroeducación y advierte de que sólo se puede aprender aquello que se ama. También recuerda algo crucial: somos lo que la educación hace de nosotros.
Mora pone un ejemplo muy elocuente. Imaginemos que nos pidiesen que diseñáramos un guante pero sin haber visto nunca una mano. Por mucho que nos dijeran cómo son las manos, nos resultaría
complicado hacer un guante. Algo parecido sucede con el cerebro y la educación. Si conocemos mejor el cerebro, entonces, de mejor modo podemos diseñar un buen plan de educación. Y si, como parece cierto, el
ser humano es lo que la educación hace de él, ahí tenemos la revelación, la solución a todos los muchos y acuciantes problemas que tiene la humanidad. La solución es la educación. No hay sentimiento sin emoción.
Pero Francisco Mora hace otra advertencia: la cultura en la que vivimos y que hemos conocido y conocemos...se está muriendo. Considera que está naciendo una nueva cultura, una nueva forma de interpretar el mundo: es la cultura neuro. La cultura Neuro que significa darnos cuenta de lo que es el ser humano, el ser humano es lo que siente, lo que cree, lo que piensa, lo que hace, lo que aprende. El ser humanos es
consecuencia del funcionamiento de su cerebro. La emoción es el sustrato que hace que el cerebro funcione. La emoción es lo que consigue que el cerebro funcione bien.
Pensemos en la siguiente situación. Contemplen, un momento tan solo, que alguien se les acerca por detrás, ustedes se dan la vuelta y ven a alguien con un cuchillo en la mano. Ante esa situación tremenda: se sabe, está comprobado, que hay tres reacciones posibles. Si te atacan, te defiendes con la lucha, o bien echas a correr, o te escondes. Es algo inmediato, exigido por la pulsión de superviviencia. Por eso decimos que la emoción es un proceso siempre inconsciente. Cuando luchas o huyes, o te escondes, que no te pregunten por qué lo has hecho. Por qué has escogido la opción A, o la B o la C. No lo sabes. No tienes ni
idea. En un momento tan intenso has hecho lo que ha decidido que hicieras tu cerebro.
Y tu cerebro lo ha hecho por el camino que intuye que hay más posibilidades de salvaguardar tu vida. Esos procesos son las
emociones. Por tanto, la emoción es inconsciente. Y resulta que hay algo más que no es lo de menos: las emociones nacieron hace aproximadamente unos 200 millones de años. Por tanto, las emociones las
tenemos tan ancladas profundamente en nuestra naturaleza, que somos seres emocionales. Y después, y sólo después, un poquito racionales. Por tanto puede decirse algo muy tremendo que probablemente sea muy
cierto: Aristóteles, estaba equivocado. No es la razón. Es la emoción lo que lo guía todo.
Sin embargo, dice Mora, hay algo para lo que el cerebro no estaba genéticamente diseñado: la lectura. La lectura nos hace necesariamente mejores. Porque leer no es un acto pasivo de absorción de lo que hay escrito en un libro, sino un proceso activo y recreativo. Implica activar un amplio arco cognitivo que involucra la curiosidad, la atención, el aprendizaje, la memoria, la emoción, la consciencia y el conocimiento. Leer es la mejor decisión posible, para nuestro cerebro y nuestra existencia.