Hemos de pensar que los humanos, durante milenios, dependimos de percibir aspectos de la vida que aparentemente no cambiaban. Aprendimos que hay cosas que siempre son del mismo modo, aunque esa inmovilidad fuera meramente una apariencia. Empezando por
todo lo que se menea el planeta Tierra cuando parece que no se mueve.
Pensamos en la invariabilidad de la posición de las estrellas, creímos que la gran estrella -estoy hablando de Messi- siempre sería el mensajero del Barça, pensamos que nunca llevaríamos mascarillas como los chinos. Todas las conclusiones engañosas en las que podamos creer nos sirven para adaptarnos a la tensión de un cambio permanente. Así es como logramos una ilusión de seguridad, todo eso que creemos inamovible nos permite aferrarnos a algunas certezas en un universo incuestionablemente imprevisible.
Puede decirse que hasta se ha construido una forma de pensar, una ideología, partiendo de la errónea creencia de que el cambio es malo. Cuando resulta inútil catalogar como malo o bueno algo que invariablemente, sucede: porque el cambio es una constante. Y salvo por el
cambio climático, si lo analizamos con perspectiva, puede decirse incluso que el cambio a lo largo de la Historia ha sido generalmente- para mejor.