¿Estamos menos dispuestos a abrir las puertas de nuestra casa? Sobre este tema reflexiona Sabino Méndez en Por fin no es lunes. La hospitalidad, tal y como la practicábamos, está cambiando. Sin darnos cuenta probablemente estamos cambiando el propio concepto. Desde los años 60 en España descubrimos el turismo como fuente de ingresos, lo que hizo que se convirtiera en una de las partes más importantes de nuestro PIB.
Esto nos llevó a comenzar a practicar una especie de hospitalidad profesional a cambio de dinero. Empujados por esas inercias del progreso económico, hemos convertido en un servicio algo que era muestra de benevolencia: la hospitalidad.
El turismo nos traslada la idea de que la hospitalidad es un bien por el que merece la pena pagar, por lo que es normal que la idea de hospitalidad antigua, como magnanimidad y generosidad voluntaria, pierda fuerza.
Sólo hay que ver una cosa: ¿cómo tratamos a los inmigrantes? Vienen pidiendo nuestra hospitalidad y nosotros, acostumbrados a que nos paguen por recibirla, cuando no lo hacen, nos sentimos defraudados. Igual por eso les vemos como un peligro.
Por eso no hay que olvidar que un turista es un inmigrante rico y temporal: alguien que nos paga por nuestra hospitalidad por un rato y que luego perdemos de vista porque no amenaza con quedarse y obligarnos a compartir con él nuestros recursos.