En este periodo que vivimos tratamos de convertir las vacaciones en algo productivo, que nos aporte algo, como si todo tuviera que ser enriquecedor, espectacular. Hasta para el descanso nos aparece la eterna pregunta de ¿cantidad o calidad? ¿Qué preferimos: unas vacaciones muy largas aunque sean sin medios o unas cortas pero un lugar muy especial y en las que podamos desconectar de verdad y olvidarnos las preocupaciones?
Los seres humanos, para quedar bien decimos que preferimos la calidad, pero no estoy muy seguro porque si fuera así, nunca hubieran triunfado los bufets libre. A veces, al ser humano, nos cuesta mucho reconocer nuestra vulgaridad moral. Muchas veces, no es culpa nuestra si no que obedece a cuestiones prácticas de la vida.
Aunque a veces la cantidad nos salva la vida, uno de los mayores placeres que puede aprender el ser humano es aprender a disfrutar de la calidad. La enseñanza de ese disfrute es uno de los mayores logros del hecho de civilizarse. Cuando alguien accede a eso de forma verdadera, no lo olvida nunca y se pasa el resto de la vida buscándolo.
Por eso, hay que intentar crear el máximo de humanos gourmets, buenos lectores, buenos degustadores. ¿Cómo se consigue? A través del uso de la memoria.