Se entiende por comparación a la acción de cotejar dos o más cosas a fin de hallar sus posibles similitudes, diferenciaciones o vinculaciones de cualquier tipo, ya sean físicas, simbólicas o imaginarias. Se trata de un proceso subjetivo que revela bastante información sobre quien compara en tanto que evidencia los aspectos que le llaman la atención o la forma particular en que relaciona las cosas. Por tanto, ¿han de ser las comparaciones necesariamente odiosas?
Sabino Méndez lo tiene claro: "En muchos casos, por odiosas que sean, las comparaciones son inevitables", manifestaba rotundo.
Un mundo basado en la comparativa
Lo cierto es que, tal y como sostenía Méndez, el mundo actual se rige en función de infinitud de comparaciones.
"Casi todas las estadísticas en las que nuestro mundo moderno se basa para planificar el futuro se sustentan en comparaciones", explicaba al respecto, apelando a las rentas per capita, a la densidad demográfica e incluso a las medidas adoptadas por otros territorios en relación a elementos disruptivos como la pandemia de coronavirus. Es una realidad el hecho de que todos los países observan las medidas lindantes en pos de adoptar unas restricciones u otras puesto que "cuando un asunto es inédito para nosotros, solo las comparaciones nos dan algún punto de referencia", argüía.
Entonces, ¿qué es lo que hace odiosas a las comparaciones?
El contexto es odioso
"El contexto hace que las comparaciones sean odiosas porque las hace injustas", defendía el sabio. Y en la práctica, no se puede negar que asuntos como, por ejemplo, la mortalidad infantil, aunarán datos muy diferentes en función del territorio donde se realicen las mediciones y, consecuentemente, del contexto.
Méndez explicaba que cuando Occidente se percató de que las cifras de mortalidad infantil eran desmesuradas en comparación con la mortalidad europea, se asumió como consigna salvar a la infancia africana mejorando sus condiciones de vida, sobre todo, a nivel sanitario. Sin embargo, estas acciones tan loables desencadenaron una explosión demográfica para la que las estructuras industriales, laborales y sociales de África no estaban preparadas. Por ende, comenzaron las oleadas masivas de migración que a día de hoy continúan vigentes y que se traducen en pateras, huidas desesperadas y muerte injusta.
"Todos los temas han de abordarse según el contexto", incidía el sabio ejemplificando, en esta ocasión, mediante el paradigma de las pensiones. Según indican determinados sectores, parece insostenible mantener la edad de jubilación en la sesentena. Ya se han comenzado a plantear comparativas que exigen el retraso de la edad de jubilación en tanto que las generaciones previas comenzaron a trabajar antes y, por tanto, habrían sufrido una vida laboral más amplia a pesar de jubilarse a los sesenta años. A esto se añade la notoria mejora en la calidad de vida que favorece la buena salud a edades más avanzadas. Como las personas están sanas parece justo proponer que continúen trabajando hasta edades avanzadas.
"¿Pero y si en lugar de compararnos con las generaciones previas nos comparamos con aquellas venideras?", se cuestionaba Sabino. Entonces, será lógico pensar que deban trabajar hasta edades bastante más avanzadas, pues parece evidente que la sanidad continuará mejorando. Sin embargo, esta idea chocaría directamente con el concepto del progreso social que ha garantizado los derechos de los trabajadores. Si todas las generaciones se hubieran comparado con las anteriores, es obvio que nunca habría existido una jornada laboral acotada con derecho a vacaciones.
"Las comparaciones tienen tan mala fama porque son sensibles a la miseria de quienes han perdido", añadía Sabino, no sin apuntar que "todos los modos de civilización descubren rasgos comunes, de forma que las comparaciones pueden servir para descubrir aquello que tenemos en común con los otros", concluía.