OPINIÓN

Premios Goya 2022. El 50% de la ambición

El director de Kinótico analiza la gala de los Premios Goya | Más cine y series, en Kinótico

David Martos

Valencia | 13.02.2022 12:37

No es nada fácil conseguir lo que ha conseguido la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España en estos 36 años. No es España un país que se caracterice por prestigiar a sus instituciones, por resaltar sus logros o ser benevolente con sus errores. Es este un país del codazo y la media sonrisa, en el que no se le niega a nadie una taza de caldo… pero tampoco un comentario socarrón cuando se regresa a rellenar la taza a la cocina, cuando ese comensal no escucha. Que los Premios Goya sean una ceremonia de premios a la altura de sus hermanas europeas, los BAFTA, los César o los David di Donatello, es una proeza impresionante. El cine español salía de la dictadura sin un gran vehículo para la promoción de las películas, y estos Goya nuestros -hoy acompañados por los Feroz, los Forqué o las resistentes Medallas CEC- han generado un ecosistema, una temporada de premios, que acompaña a su promoción y orienta a los espectadores en un mar lleno de tiburones. El mar de “los contenidos”.

Cuando el innegable Goya de Honor de este 2022, José Sacristán, se alió con otros 11 valientes para impulsar la Academia de Cine a mediados de los ochenta… esta ceremonia en la que Cate Blanchett ha recogido el primer Goya Internacional no se podía ni soñar. Ni se podía imaginar la alfombra roja desplegada a lo largo de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, arropada por el calor del público. Ni intuir que, sobre ella, los mejores diseñadores del mundo iban a desplegar su arte para vestir a estrellas, como Penélope Cruz y Javier Bardem, que ya lo son de talla internacional. Eso no estaba en el horizonte y se ha conseguido, no se podía barruntar. Tenemos los españoles una ceremonia con prestigio, una ceremonia bien producida, una ceremonia que sirve -en sus hechuras y en su alcance- a los intereses de la industria audiovisual que la ha impulsado. Pero anoche Mariano Barroso, el presidente de la Academia, dio en el clavo con su irónico discurso: “Y tú, además de hacer cine, ¿a qué te dedicas?”. A eso vamos.

La pata industrial de los Premios Goya está conseguida y con creces. Pero, ¿qué hacemos con el público? ¿Qué sentido tiene generar un potentísimo instrumento de promoción para nuestro cine si no lo ponemos al servicio de quienes, este domingo por la tarde, tienen que decidir bajar a su cine más cercano y comprar una entrada? Generar unos premios como los que vimos anoche es solo el 50% de la ambición que debería guiar a la Academia de Cine. Cuando a Barroso le preguntamos en los encuentros de prensa por detalles de las ceremonias de los Goya, él siempre responde que se trata de “una fiesta de la industria”, una celebración del cine para el propio cine, nos pide con humildad que entendamos que si la gala es larga… poco se puede hacer. Y acertando en el fondo de esa respuesta podría estarse equivocándose en la forma. ¿Qué sentido tiene una fiesta del cine -para el propio cine- si no cumple su fin último, la misión ulterior, aquello para lo que fue concebida?

¿Qué sentido tiene -por seguir con la pregunta- que en la gala de los Goya [eminentemente un programa de televisión en ‘prime time’, no lo olvidemos] se entreguen galardones a todos los gremios de la Academia de Cine? Ese gesto homenajea a dichos gremios, que sin duda lo merecen, ¿pero obedece al fin último de la ceremonia? No. ¿Qué sentido tiene que la gala empiece a las 22h? Seguro que hay razones de programación, o incluso logísticas de la propia ceremonia, que así lo requieren. ¿Es que nadie lee ni escucha las quejas constantes de los espectadores sobre una retransmisión demasiado larga y que termina demasiado tarde? ¿Qué sentido tiene homenajear al rostro, quizá, más querido y popular de nuestro cine, a José Sacristán, pasada -y muy pasada- la medianoche? ¿Qué sentido tiene prescindir de la figura de una presentadora o un presentador que atraiga a la audiencia y que dé sentido litúrgico y dramático a lo que, repetimos, es un programa de televisión?

Sobran los motivos, expuestos más arriba, para jalear el gran logro conseguido por la Academia de Cine en estos 36 años. Nos deberían doler las manos de aplaudir. Pero es solo el 50% de la ambición. El otro 50%, y mucho más en estos tiempos en los que las plataformas suponen [sí, una oportunidad, pero también] una amenaza potentísima a las salas de cine, tiene que ser un objetivo a alcanzar desde hoy mismo. Desde ya. No se puede escudar la organización en que los Goya son una fiesta de la industria para la industria, en que “son como son y duran lo que duran”. ¿Qué mensaje queremos lanzar a esos 2.777.000 espectadores de anoche, a ese 22.9% de share [que si lo pensamos son 3 de cada 10 personas que veían la televisión en ese momento, y no una plataforma o un vídeo en YouTube]? Si lo pensamos bien, esa base sólida de espectadores da cuenta de todo lo que se podría construir.

Si los Goya no son para el público no tienen sentido. Si los Goya no sirven para que los espectadores quieran comprar una entrada al día siguiente no tienen sentido. Y el logro es tan espectacular -la prueba es que estas apreciaciones podrían valer también para los Oscar- que sería una lástima que tanto esfuerzo invertido, el empuje de toda una industria por conectar con el público… se quede a mitad de camino.