Editorial de Elena Gijón

Quedan 10 horas de la campaña electoral más incierta de la historia. De la más incierta y más curiosa. Todos dicen que aspiran a ganar pero pareciera que lo más disputado en las últimas horas es el segundo puesto. Hacer un pronóstico con visos de acertar el resultado del domingo es a esta hora un ejercicio de riesgo extremo. Todo es posible. Todo, salvo que el lunes, volveremos a escuchar alguna extraña razón por la que todos habrán ganado las elecciones.

Quedan dos días de campaña con varios objetivos para los candidatos: multiplicar sus actos para captar a todo el que aún se declare indeciso, tratar de amarrar los votos conseguidos, presentarse como hombres de estado que se mueven con soltura en un debate, en un funeral o en una cita europea. Y empezar a pensar en qué hacen el lunes: si buscan el pacto para gobernar, si harán valer su condición de fuerza necesaria o se marchan a su casa como han prometido en algún calentón electoral.

Esta campaña es distinta. Lo es porque hasta los habitualmente escépticos también ven los debates, sean a cuatro o cara a cara. Audiencias que rondan los 10 millones de personas lo certifican. Es distinta porque todo se mira con lupa. Y un candidato que tiene acorralado a su oponente puede volver todo en su contra cuando recurre al barro para rematar la faena. Y es distinta, en fin, porque visto y oído lo que sucedió anoche, crece el interrogante sobre el fin del bipartidismo. Las urnas dirán el domingo.