No hay presente ni futuro en Europa para el Atlético de Madrid, ni en la Liga de Campeones ni en la Liga Europa, a la que fue incapaz también de agarrarse en el despropósito más visible del conjunto rojiblanco en la era Diego Simeone, no sólo por la derrota en Oporto, donde hizo el ridículo en el primer tiempo, sentenciado con dos goles en contra, sino por todo su recorrido en esta edición del torneo, que lo sobrepasa y lo reprime con total severidad (2-1).
Su sistema defensivo, tan elogiado en el pasado, tan inabordable antes, cuando transformó esa destreza en una forma de vida y de éxito, quedó señalado en el estadio Do Dragao, como antes ocurrió en Cádiz, en los dos choques contra el Bayer Leverkusen o en Brujas, cuando se acercó al precipicio en el que ha caído ya de forma abrupta, en un fracaso innegable, por el objetivo, el equipo, la plantilla y la historia que tiene el Atlético. La última posición de su grupo no está a la altura de nada de eso. Y ni mucho menos de todo lo logrado con Simeone. Perdió en Oporto, el Bayer Leverkusen empató con el Brujas y la eliminación fue completa del Atlético.
Por la defensa, su esencia, el origen de todo, se desangra el Atlético de Simeone, cada vez menos incuestionable en el club. En los tiempos más convulsos de la pasada temporada (que repite ahora), al técnico le inquietaba constantemente cómo recomponer la firmeza atrás; el aspecto más reconocible, al que se agarró en los peores momentos de su conjunto, para rearmarse y relanzarse. Meses después, está en el mismo laberinto, cuya solución es hoy por hoy indescifrable, hasta para él mismo: la vulnerabilidad de su equipo es alarmante, colectiva e individualmente, dañada de forma constante una estructura antes incontestable.
No es ya una cuestión de nombres dentro de su plantilla. O sí. Ni el reencuentro de la pareja que más convicción le transmite (Savic y Giménez, ambos una caricatura de lo que son) ha cambiado una tendencia estresante para el Atlético y el entrenador. Ni las alternativas de Mario Hermoso y Felipe Monteiro. Quizá algo con Witsel, mucho más concluyente como recurso atrás que en su puesto de medio centro hasta ahora. Ni Reinildo mantuvo hoy la altura. Nahuel Molina tampoco soluciona nada. Ni atrás ni adelante. Tampoco la combinación de centrocampistas. Ni De Paul. Ni Saúl. Ni la variación de sistemas: cuatro, cinco o los que sea.
El Oporto lo puso en evidencia. En la dinámica que está el Atlético, cada lance descubre un problema con una expresividad impropia del equilibrio en el que se mueve el fútbol actual, tan detallista como es todo. No se entiende cómo Otavio recorrió tan solo la banda derecha, con Saúl cerrado hacia el medio, hasta que encaró a Reinildo; tampoco cómo perdió el foco Giménez del desmarque de Evanilson -se vio lento al uruguayo-; ni cómo Taremi remachó solo, indetectable, a gol el chut fallido de su compañero, para anotar su duodécimo gol en 17 partidos. Avisado estaba el Atlético.
Aún más malparado salió en el 2-0, en el minuto 24. El fallo en el despeje de Savic, aparentemente en ventaja en la pugna por un balón dividido (o no tanto) en la banda con Galeno, lanzó otro gol del Oporto, tan sencillo, con una carrera hasta la línea de fondo y un pase atrás de manual que, entre el resbalón o la reacción tardía de Reinildo, conectó Eustaquio en su vertiginosa llegada de atrás en otro golpe directo a los visitantes.
Entre medias, Oblak había salvado otro tanto, en su intervención crucial ante Galeno. Luego hizo otra, ya con 2-0, ante Otavio. Fue el mejor de todos de largo. Sobresaliente. Evitó la goleada. También en el segundo tiempo.
No había ninguna excusa sobre el terreno de juego. Ni siquiera el afortunado 'pase' de Evanilson en el 1-0 o el resbalón de Reinildo en el 2-0. A la media hora, el Atlético era un fantasma que deambulaba por el césped de Do Dragao, superado en cada sector, incapaz de proponer nada de medio campo hacia adelante, tan solo un 'tirito' de De Paul, y tan desnortado en su defensa que ni siquiera se enteraba de un saque de banda a su área, entre los gritos de Oblak, la bronca de Simeone y la estupefacción general, encomendado ya, con 2-0 en contra, a una derrota del Bayer Leverkusen en Alemania que no se produjo para ir a la Liga Europa.
En tal panorama, Joao Félix volvió al once. En la nulidad del fútbol de su equipo, fue invisible, salvo contados instantes, como el tiro que lanzó con potencia que obligó a la única parada del partido de Diogo Costa, ya a la hora de encuentro. Justo después, Simeone cambió al atacante luso. Sorprendente, cuanto menos. Si esto se trata de rendimiento, hoy había ocho jugadores más sustituibles que él a la hora de encuentro (todos menos Griezmann y Oblak) cuando lo cambió.
"Cuando el campo habla, no hay mucho que decir", dijo en la víspera Simeone. El campo habló en Cádiz, con dos goles del delantero portugués, y el campo repuso al atacante en el once titular... Nueve partidos después. En su desencuentro, latente desde hace tiempo, más que visible ahora, no era natural una secuencia de suplencias tan larga. Ni tampoco que haya sido tan infrautilizado como para ser empleado sólo más que Mario Hermoso, Felipe Monteiro o Sergio Reguilón, recién recuperado, en esa serie de nueve encuentros, de los que el conjunto rojiblanco sólo ganó cuatro, ninguno de ellos en la Liga de Campeones. No fue una solución en el duelo de este martes, pero él quizá tuvo coartada en la desasistencia. Otros muchos, ni eso.
Tuvo la opción el Atlético de reengancharse al partido, pero la falta decisiva con la que Rodrigo de Paul ganó un balón dividido (entró con la plancha) a Fabio Cardoso invalidó el gol en el minuto 67 de Griezmann; la única luz visible en el apagón generalizado de más de una hora del equipo rojiblanco, que reapareció por el otro área en sendas oportunidades de Correa y Yannick Carrasco -notable- repelidas por Diogo Costa y sintió alivio cuando Oblak se interpuso en otra ocasión rival, ya directo para darse de bruces con el fracaso, aunque un córner de Carrasco y un toque de cabeza en propia puerta de Marcano firmaron el 2-1 en el minuto 94.
Porque nada escondía el fiasco de la Liga de Campeones. Ni siquiera la Liga Europa. Pero, al menos, amortiguaba una caída estrepitosa. En 2017-18 fue un salvavidas para el Atlético, campeón de aquel torneo en Lyon contra el Marsella. También el billete para la Supercopa de Europa que ganó al Real Madrid en Tallin en 2018. Cuando levantó esos dos títulos, el sexto y séptimo de la era Simeone (el octavo y último hasta ahora fue la Liga de 2020-21), nadie echó la vista atrás para acordarse de la forma en que había llegado a tales instancias e instantes. Ni siquiera eso tiene ahora. Ha ganado sólo cuatro de sus últimos 16 duelos de Champions. Es su realidad. "Y contra la realidad no podemos ir", decía el técnico en la víspera.