Son las 9.40 de la mañana, de un día frío y con viento en Madrid. Llegamos a las puertas del imponente Hospital de Emergencias Enfermera Isabel Zendal, situado en Valdebebas, en la zona norte de la Comunidad de Madrid y construido en 100 días para tratar a los pacientes contagiados con el coronavirus. Alberto (nombre figurado), un ariete, nos recibe y nos hace esperar al raso. “Sois la primera radio que viene”, asegura. Mientras esperamos nuestro turno para entrar, nos llama la atención el silencio y la aparente calma. Las ambulancias llegan sin sirenas - el tráfico es mínimo por esta zona-, los trabajadores entran y salen del hospital sin hacer ruido, y el sonido protagonista es el de las banderas que presiden la entrada del recinto: la europea, la española y la madrileña.
"Esto es como la casa de Psicosis", explica Alberto, "por fuera todo parece tranquilo, pero por dentro…". Se arrepiente: "la comparación es un poco odiosa". Y sigue: "Sabotaje es una palabra un poco fuerte, aquí hay peleas internas como en todos los hospitales. Nosotros no podemos hacer nada por evitarlo". El vigilante se refiere a la denuncia que interpuso la Comunidad de Madrid sobre los supuestos sabotajes sufridos en las instalaciones del hospital.
Más de 1.700 pacientes han pasado ya por el Zendal
Nos toca el turno de entrar en el hospital, son varios los medios que han pedido su vez para conocer el Zendal. Entramos y subimos directamente a la zona de la administración del hospital. Desde allí, a través de unas enormes cristaleras, divisamos sus pabellones. Parece un hormiguero. Por los pasillos, el movimiento es constante: enfermeros, médicos, celadores, personal de limpieza… se mezclan con algunos enfermos que pasean y con una gran mayoría de pacientes que permanecen, tumbados o sentados, en lo que sería una habitación de hospital.
El día de nuestra visita, alrededor de 450 personas están ingresadas en este hospital de pandemias; su capacidad ronda las 1.000 camas. Desde su apertura, el pasado 1 de diciembre de 2020, más de 1.700 pacientes han pasado por aquí y al menos 1.288 han recibido el alta. Cuando un paciente ingresa aquí, el triaje se hace en función de su sexo -hay boxes con camas de mujeres y boxes con camas de hombres- y de la gravedad del cuadro médico.
Los pabellones que están en funcionamiento -dos de los tres que componen el Zendal- se dividen en tres áreas principales: la zona en la que se encuentran los cuadros más leves, la UCRI (unidad de cuidados intermedios) y la UCI. Los casos más graves se concentran en estas dos últimas zonas y la más poblada, en este momento, es la de Cuidados Intermedios. "La UCRI es el signo de identidad del Zendal, el objetivo es intentar aplicar una presión positiva de oxígeno y de aire precoz para que haya un menor número de ingresos en la UCI", nos explica Clotilde Funes, neumóloga.
"Es el mejor hospital de COVID del mundo, pero tiene una losa política"
Raquel Heras es la supervisora de recursos materiales de enfermería o la que se encarga de que "no falte nada". "Nos enfrentamos a la complejidad de no tener un servicio propio de suministros, dependemos de hospitales como la Paz y del SERMAS (Servicio Madrileño de Salud), a quienes estamos muy agradecidos", asegura. Heras incide en que ni los pacientes ni sus allegados deben temer al Zendal: "Es el mejor hospital del mundo para pacientes COVID. Pero hay una losa política enorme… Aquí no falta de nada, hay recursos materiales y aparatos de toda tecnología". Y avisa de que tendrán que ampliar las camas, sobre todo en Cuidados Intermedios: "Creo que todo va a ir a peor, estamos en un momento grave".
La falta de privacidad en el Zendal
Recorremos los boxes compuestos por dos filas de camas enfrentadas y un pasillo en medio por donde trajina el personal sanitario. A veces suenan aplausos -le han dado de alta a alguien- pero la música ambiental se componen del ruido de las máquinas, carros y respiradores con los que se asiste a los enfermos. Es un hospital de guerra.
Sin paredes -salvo las de los cristales de la UCI- y a escasos metros de distancia los unos de los otros, hombres y mujeres contagiados con el coronavirus luchan por seguir respirando. No hay privacidad para ningún paciente. Mientras la mayoría logra recuperarse, y esperan con ansia el día de marcharse a casa con sus seres queridos, otros pacientes no logran vencer la batalla contra el virus y mueren junto a otros enfermos. Esta ausencia de privacidad es uno de los puntos más polémicos de este hospital. Unas voces critican la falta de espacios privados y otras defienden esta disposición ante una enfermedad muy contagiosa que en el resto de hospitales mantiene aislados a los enfermos en sus habitaciones.
Sobre esta falta de intimidad, Lola Aguilera, psicóloga clínica del Zendal, asegura que "por un lado es duro ver que otros van peor" pero también "hay muchos que se animan unos a otros como las mujeres de los boxes, que se ayudan mucho entre ellas". La mayor inquietud psicológica que se produce en los enfermos de Covid, según la experta, es la "la incertidumbre" y es la principal causa de que desarrollen ansiedad y depresión. Aguilera se desmarca y recala que hay un continuo bombardeo de "información sesgada" sobre el hospital y eso no favorece a la recuperación de los pacientes. "Estoy harta de que me graben", se queja una paciente. No es la única. El ir y venir de cámaras y periodistas en las instalaciones y esa falta de intimidad produce cierto hartazgo en pacientes que pasan ingresados varios días, incluso semanas, y también en algunos de los profesionales que trabajan aquí.
El virus afecta también a los más jóvenes
Octavian tiene 22 años y ninguna patología previa. La covid-19 le atacó tan fuerte que le mandó directamente a la UCI: "Ya no soy el mismo, de aquí saco una lección muy importante". Cuando vuelva a casa lo primero que hará será abrazar a su madre… y conducir su BMW E30, es un gran amante de los coches clásicos. Sobre su mesita está la novela 'A flor de piel' de Javier Moro, sobre la Expedición Balmis. Aquella misión épica que llevó la vacuna de la viruela por el Imperio español en un buque con 22 niños huérfanos, dos médicos, Francisco Xavier Balmis y su ayudante Josep Salvany, y una enfermera encargada de cuidar a los niños, Isabel Zendal. El libro de Javier Moro fue el que inspiró a Isabel Díaz Ayuso para bautizar así a su gran apuesta sanitaria contra el coronavirus. "El libro es muy bonito, pero también muy triste", nos cuenta Octavian. Afirma que le ha hecho valorar la importancia de los hospitales modernos pero que se le ha atascado un poco porque quizás no sea el mejor libro para leer en su situación.
Hablamos también con José Ángel, que pese a ser un paciente de riesgo, asegura que el coronavirus no le ha hecho encontrarse mal. Su esposa también está ingresada en el Zendal y con un cuadro más grave. En su estancia han podido verse en varias ocasiones y pasear juntos por el hospital pero no ven el momento de que les den el alta. Mientras ese día llega, José Ángel pasa las horas pegado al transistor: "Escucho a Carlos Alsina, a Julia Otero…", nos reconoce.
Ya en la puerta de salida, nos encontramos con un compañero de profesión, Andrés Dulanto Scott, que acaba de recibir el alta. Mochila al hombro y cargando un hatillo, alaba la labor de los sanitarios. Antes de marcharse, nos confiesa que lo primero que hará cuando llegue a su casa será tomarse una cerveza.