Hace unos decenios, a partir del análisis de la composición de las rocas lunares que trajeron las misiones Apolo y Luna (las estadounidenses y las soviéticas) se pudo comparar la composición de nuestro planeta y su satélite. Son muy parecidas pero algo diferentes. Es como si la Luna se compusiera en parte de la zona externa de la Tierra, la menos densa, y luego otro componente algo más metálico. Por otro lado, el que la Luna sea tan grande en comparación a la Tierra (al menos viendo lo que pasa en otros planetas con sus lunas, mucho más pequeñas) indicaba también un origen especial para los dos cuerpos celestes.
La idea de la “Gran Colisión” nació hace unos decenios. Hace unos 4.500 millones de años la Tierra primigenia, a la que llaman Gaia, estaba aún fundida y sin corteza sólida, pero ya con una diferenciación por densidad, con un núcleo metálico que es el que seguimos teniendo ahora sin fundir, y un manto menos denso rico en silicatos. Entonces llegó un cuerpo algo más pequeño que Gaia, del tamaño de Marte más o menos. La llaman Tea (o Theia). Y chocaron produciendo una gran devastación. Gran parte del material externo de Gaia y una buena parte de Tea formaron una nube de escombros alrededor, de donde se formó la Luna, que al ser más pequeña se enfrió antes.
Pero parte de Tea se quedó dentro de la Tierra. Y precisamente hace unos días en la revista Nature se ha publicado un trabajo en el que analiza cómo esas partes más metálicas originarias de Tea están en el manto terrestre, y alteran la forma en que viajan las ondas sísmicas más profundas. Una nota de la Agencia SINC explica muchos detalles de esta investigación: “La heterogeneidad del manto terrestre podría ser un vestigio de la formación de la Luna”.
Javier Armentia le ha explicado a Marisa Lacabe que el sistema solar, en aquella época, era un lugar poco recomendable para viajar, por la cantidad de cosas que te podían caer desde el cielo...