El cáncer se ha asociado habitualmente a adultos de más de 50 años pero cada vez son más habituales los casos a edades más tempranas. De hecho, casi un 10 por ciento de los tumores de mama y uno de cada cuatro nuevos casos de cáncer de tiroides se dan ya en personas de 20 a 44 años, según la revisión publicada en la revista 'Obesity'.
En este caso, se analizaron datos de más de 100 investigaciones con animales, ensayos clínicos y estudios epidemiológicos para buscar una explicación a ese aumento del cáncer en adultos jóvenes, y han identificado el papel que puede jugar la "pandemia" de obesidad infantil y juvenil que afecta desde hace años a la mayoría de países desarrollados.
De este modo, han visto que los jóvenes con un índice de masa corporal (IMC) de más de 30 son más propensos a desarrollar tumores malignos de mama, colorrectal, riñón, endometrio, tiroides, páncreas, hígado, mieloma, gástrico, meningioma, ovario, esófago y vesícula. Asimismo, la obesidad infantil puede tener un efecto duradero que derive en cáncer más tarde o más temprano.
Esto puede deberse, según ha explicado Nathan Berger, uno de los autores del estudio, a que parece alterar permanentemente la probabilidad de que un joven desarrolle cáncer. E incluso después de perder peso, el riesgo de cáncer permanece.
"Si eres obeso, tienes un mayor riesgo de cáncer. Y si pierdes peso, mejora el pronóstico y puede reducirse el riesgo, pero nunca desaparece por completo", ha explicado.
En concreto, la obesidad causa cambios en el ADN que pueden acumularse con el tiempo, e incluyen marcadores genéticos y modificaciones epigenéticas que permanecen hasta mucho después de una pérdida de peso.
Entre otras cuestiones, los datos de ensayos clínicos y de estudios sobre obesidad animal han permitido observar cómo la obesidad acelera también la progresión del tumor. Por un lado, el sistema inmune aumenta la producción de compuestos dañinos como el peróxido.
Además, la obesidad también altera el metabolismo causando factores de crecimiento y desequilibrios hormonales que ayudan a las células tumorales a subsistir; en el intestino, modifica la flora microbiana y hace que predominen microorganismos que favorecen el cáncer, y el reflujo gastroesofágico en individuos obesos daña sus tubos de deglución y aumenta el riesgo de cáncer de esófago.
En definitiva, la investigación liderada por Berger confirma que la obesidad promueve el cáncer por múltiples vías simultáneas. "Incluso si una vía se bloquea con éxito, el cáncer inducido por la obesidad toma otro camino", ha lamentado.
Además, en su revisión recopilan todo tipo de datos que respaldan la asociación entre una obesidad temprana y determinados tumores, como un estudio con más de 1,1 millones de hombres realizado en Israel que reveló que aquellos con sobrepeso en la adolescencia (entre 16 y 19 años) tenían un riesgo 1,5 veces mayor de cáncer de colon a los 48 años.
En otro trabajo, ha detallado Berger, se les pidió a los participantes dibujar su cuerpo cuando eran adolescentes. "Y los que se mostraron más redondeados presentaban una mayor incidencia de mieloma múltiple", según han comprobado también en otros estudios menos anecdóticos.
Berger admite que su investigación es una de las primeras en abordar específicamente cómo la obesidad promueve la progresión del cáncer en adultos jóvenes y también incluye una serie de recomendaciones para interrumpir esta relación, como el registro del IMC o los hábitos alimenticios en las historias clínicas desde la infancia, de modo que los médicos puedan tener en cuenta ese indicador aunque sus pacientes ya no sean obesos.
"La forma más efectiva de reducir el desarrollo de este problema es prevenir la expansión de la pandemia de obesidad en niños y adultos", según este experto, que avisa de que unos 110 millones de niños y adolescentes con obesidad en todo el mundo siguen en riesgo de desarrollar algún tipo de cáncer asociado con la obesidad.