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Así es la carabela portuguesa: los peligros de esta medusa y dónde se encuentra

En las últimas semanas se han avistado varias carabelas portuguesas en distintas playas del litoral español. Su picadura además de dolorosa, inyecta una peligrosa toxina

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A. Victoria de Andrés Fernández, Universidad de Málaga

Madrid | 09.08.2023 11:18

Así es la carabela portuguesa: los peligros de esta medusa y dónde se encuentra
Así es la carabela portuguesa: los peligros de esta medusa y dónde se encuentra | Europa Press

Las carabelas portuguesas avistadas últimamente en España han despertado todas las alarmas. Y lo han hecho por dos razones: por lo peligrosas que son y porque aparecen donde antes no estaban.

¿Qué son, exactamente, las carabelas portuguesas?

De entrada, una sorpresa: una carabela portuguesa no es una medusa. Aunque los tejidos de Physalia physalis –que es como realmente se denomina esta especie– sean sumamente simples, si consideramos su organización morfológica, social y funcional estamos ante uno de los organismos más extraordinariamente complejos del reino animal.

Así, un “trocito” de carabela portuguesa, observado al microscopio, se reduce a poco más de dos delgadas capas celulares que, a modo de flácidas rodajas de pan de un sándwich, encierran una fina capa de gelatina en su interior.

Pero todo cambia si sustituimos el microscopio por una lupa binocular. Ahí se despliegan las sorpresas. La primera es que lo que creíamos un solo animal no es tal: se trata de una sofisticada colonia de individuos (zooides) con formas y funciones muy diversas. La segunda es que los zooides se disponen de tal manera que, en conjunto, emulan la anatomía de una medusa.

Es como si un puñado de humanos nos hiciésemos muy pequeños y nos pegáramos unos a otros para formar un súperorganismo que, en tamaño y forma global, pareciese un hombre. Fascinante.

Una nave nodriza

¿Pero cómo? La “sombrilla”, esto es, la parte que queda más cercana a la superficie del agua y que parece el “sombrero” de la medusa tradicional, no es más que un individuo de la colonia. Pero no un individuo cualquiera, sino el pólipo fundador de la colonia y el encargado de una importantísima misión: navegar.

Para ello dispone de una morfología que le permite las dos acciones propias de la navegación: flotar y avanzar. La flotación la garantiza transformándose en un gigante inflado, es decir, haciéndose enorme e inyectando en su interior gas a presión. Ya tenemos a un eficaz flotador, el pneumatóforo, para evitar que la colonia se hunda.

Para mantener su turgencia, las abundantes mitocondrias del epitelio de esta particular “burbuja” procuran la energía necesaria para una producción continua de gas, especialmente monóxido de carbono y nitrógeno (por cierto, bendito pneumatóforo porque, a diferencia de otras medusas que nadan en profundidad o entre aguas, las carabelas portuguesas siempre están flotando en superficie y “las vemos venir”).

Para navegar, el pneumatóforo forma una cresta con la que, y a modo de vela, caza el viento y se propulsa como un velero más de los que surcan nuestras aguas.

Otra de las sofisticaciones del pneumatóforo es que actúa como una nave nodriza que transporta a sus “hijitos”. Estos quedan colgando de su base adoptando el aspecto de los falsos tentáculos de esta impostada medusa.

Existe un primer tipo de individuos-tentáculos que son cortos y se especializan en la alimentación (los gastrozoides). Un segundo tipo lo constituyen los gonozoides, los encargados de la reproducción. Y hay un último tipo, los dactilozoides, que pueden llegar a ser muy alargados y que… ¡pican!

¿Por qué las carabelas portuguesas son tan peligrosas?

La respuesta a esta pregunta está muy relacionada con la denominación inglesa que recibe nuestra protagonista. Mientras que, en español, nos quedamos con la faceta más “romántica” de Physalia (la carabela), los anglosajones no se andan con chiquitas y prefieren aludir a la cualidad más cruda de este sifonóforo: la denominan portuguese man of war, es decir, buque de guerra portugués.

Y no les falta razón, pues hablamos de “acorazados biológicos” de lo más letal. Sus armas están almacenadas en los largos y falsos “tentáculos”, los dactilozoides, un auténtico ejército vestido de azul gracias a sus biliproteínas intracelulares.

Cargados por completo de células ofensivo/defensivas (los cnidocitos), los dactilozoides inyectan un potentísimo veneno de una forma asombrosa. Cada dactilozoide, tiene más de un millón de cnidocitos (células urticantes) por centímetro. ¡Y puede llegar a los 30 cm de largo! Cada cnidocito encierra, en una cápsula a presión (el cnematocisto), una especie de arpón intracelular que funciona como una jeringuilla. Cuando “algo” toca al dactilozoide, cientos de millones de “arponazos” se disparan e inyectan la toxina en el blanco.

Ese “algo” puede ser una presa (las carabelas son carnívoras), un depredador o un confiado bañista que disfrutaba de su refrescante baño de mar en el tórrido verano.

Tenemos, pues, un buque de guerra (la carabela), que transporta tanquetas (los dactilozoides) cargados de miles de millones de soldados (los cnidocitos) armados con arpones que inyectan una potente toxina. Tal es así que puede producir parálisis muscular, afectar al sistema nervioso y a los centros respiratorios, y provocar la muerte en dosis altas en los peces que captura.

En un ser humano, además de una dolorosa y duradera lesión cutánea, las consecuencias de la picadura dependerán de la cantidad de toxina que nos inyecte este lindo animalito. Eso, a su vez, estará en función del tamaño de la carabela, de lo “intenso” que sea su abrazo (número de tentáculos que contacten con la piel) y de la biomasa del afectado.

En el Pacífico, el Índico y el Mediterráneo

Las carabelas se suelen encontrar en mares abiertos de áreas tropicales y subtropicales de los océanos Pacífico e Índico, así como en la corriente del Golfo atlántica (que la acerca a Portugal, de ahí su adjetivo de “portuguesa”). Sin embargo, existen contrastados registros de avistamiento en los últimos años en las playas mediterráneas.

Según un estudio reciente, su entrada en el Mediterráneo habría que atribuirla a una combinación inusual de condiciones meteorológicas y oceanográficas y no a una invasión permanente favorecida por los cambios climáticos. Por otra parte, su acercamiento a las costas sí que se relaciona directamente con la disminución de ejemplares de tortuga boba, su principal depredador natural.

En cualquier caso, no se ponga a pensar en nada de lo que le he contado cuando vea una flotante burbujita violácea cerca. La carabela portuguesa es una arma biológica de primera magnitud (en la que espero no se fijen mucho los ingenieros bélicos). Así que nade en sentido opuesto, sálgase del agua lo antes posible y avise a las autoridades de su presencia.

A. Victoria de Andrés Fernández, Profesora Titular en el Departamento de Biología Animal, Universidad de Málaga

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

The Conversation