Varios años después del inicio de la pandemia por covid-19 sabemos que, aunque la mayoría de las personas afectadas por el virus se recuperan por completo en varias semanas, entre un 10 y un 15 % tienen síntomas que se prolongan durante semanas o incluso meses después de la recuperación, según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud. Es lo que se conoce como “covid persistente”, en el que los síntomas aparecen dentro de los tres meses desde el inicio de la infección y se mantienen al menos dos meses más. Incluso se observa un aumento de la permanencia de síntomas durante años, generando así problemas crónicos de salud.
¿Qué puede alertar de la persistencia de síntomas físicos?
En algunos casos, las personas manifiestan una peor salud física percibida en contraste con la población general sana hasta tres meses después de la infección por coronavirus, no haberse recuperado por completo de los síntomas hasta ocho meses después o mantener de forma permanente algún síntoma que antes de la enfermedad no presentaban.
También resulta llamativa la presencia de algunos síntomas, como el cansancio. En un estudio realizado en Turquía, los participantes destacaron que nunca habían experimentado antes una sensación de cansancio como esa. No era debido a falta de descanso, y no estaba relacionado con el trabajo físico. Era un sentimiento extraño que los limitaba para el desempeño de las actividades de la vida diaria.
¿Por qué nos afecta mentalmente el covid persistente?
La infección por covid-19 ha generado una situación de incertidumbre, ira, frustración, miedo al contagio o la muerte, o la desesperanza por síntomas que no desaparecen.
Además, se ha llegado a calcular que el riesgo de desarrollar trastornos mentales es dos veces mayor en personas que continúan con síntomas persistentes después de la infección. De hecho, un estudio realizado en España reportó que los pacientes experimentaron un deterioro de su estado psicológico y función cognitiva, con una leve mejoría a los entre seis y siete meses de seguimiento, excepto la ansiedad y la depresión, que aumentaron.
Por último, cabe destacar la vinculación entre las consecuencias físicas, mentales y sociales. Algunas personas han referido cómo el deterioro físico o un cambio prolongado en el gusto y el olfato les impedía disfrutar de la comida, lo que limitaba sus actividades sociales, como salir a comer con amigos o familiares, lo que puede derivar en afectaciones emocionales.
En otros casos, las actividades sociales se vieron limitadas por una mayor dependencia para las actividades de la vida diaria, debido a síntomas persistentes como la fatiga crónica.
Por estas mismas razones, algunas personas experimentaron dificultades para volver al trabajo. Mientras que algunas regresaron gradualmente, otras estaban de baja por enfermedad a largo plazo, lo que tuvo repercusiones sociales y mentales negativas.
Algunas experiencias con el sistema de salud
En general, muchas personas afectadas por esta condición de covid persistente han encontrado difícil el acceso a los servicios de salud y notaron una variación en la calidad de la relación terapéutica.
Reportan respuestas tardías, inexistentes o inadecuadas debido a la presión que han sufrido los servicios de salud. Muchos jóvenes sin patologías previas no fueron atendidos rápidamente, ya que se consideraba que la covid-19 y sus síntomas no eran tan frecuentes ni tan graves en pacientes con este perfil.
Ante esta situación, los pacientes recurrieron a internet como elemento de apoyo para resolver muchas de sus dudas sobre su salud, compartir experiencias o síntomas similares con otros internautas, así como probar dietas, suplementos y medicamentos recomendados por otras personas en la misma situación sin respaldo científico ni prescripción médica.
Otro aspecto de gravedad ha sido la falta de credibilidad percibida respecto de los síntomas.
Por ello, y por temor a una reacción negativa, muchas personas optaban por ofrecer información limitada sobre sus síntomas al personal de salud. Todo esto generaba complicaciones y eventos críticos, y malestar físico y emocional por tener que organizar su propio plan de recuperación y por el pronóstico incierto. En resumen, los pacientes se sintieron privados de sus derechos, sobrecargados de tener que soportar y manejar los síntomas de un covid persistente, además de vivir con incertidumbre y miedo de si era posible una recuperación total.
Con todo este panorama, los organismos internacionales hacen un llamado a los países a aumentar sus esfuerzos para recopilar sistemáticamente datos posteriores a la covid-19 y priorizar el desarrollo terapéutico y de rehabilitación para las personas con covid persistente. Los gestores y responsables políticos podrían planificar e implementar estrategias y programas para atender las necesidades de las personas en su situación, garantizando el fortalecimiento de la salud y la calidad de vida.
Bárbara Badanta Romero, PDI. Departamento de Enfermería, Universidad de Sevilla y María Rocío Meseguer Fernández, Enfermera, Universidad de Sevilla
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.