Llorar constantemente, no tener fuerzas para levantarse de la cama, la incapacidad de salir a la calle por sufrir ansiedad social o el temor a no ser verdaderamente comprendido por los demás. Estas, entre muchas otras, son algunas de las situaciones a las que María (nombre fictio) hace frente, día tras día, desde que le diagnosticaron depresión.
"El especialista me llegó a decir que esta enfermedad llevaba años en mí y que ahora se estaba manifestando". Así retala María, sentada en la terraza de un bar que frecuenta a menudo, con un refresco y un pincho de tortilla, cómo ha vivido (y sufrido) algunos de los capítulos más díficiles de su vida. Fue en 2018 cuando todo empezó a ir a peor, cuando se dio cuenta de que rutina diaria se basaba en meterse en la cama, dormir y llorar.
Una de las peores caras de la depresión es la desesperanza y la desilusión que se siente por la vida. Hay en ciertas ocasiones en que esta enfermedad te inhabilita, incluso, para soportar el día a día. Fue el caso de María, por lo que se vio obligada a recurrir a la medicación: "Me ha afectado muchísimo, hasta el punto de que ya no he vuelto a ser la misma".
Depresión y conducta suicida
Según datos de la OCDE, España es -junto a Portugal- uno de los países donde más ansiolíticos y antidepresivos se consumen. Tras varios meses, María quiso dejar de formar parte de esa estadística y, quizás también, con cierta esperanza de que podría afrontar su rutina diaria sin 'esa muleta' en forma de pastilla, decidió dejar la medicación. Primero poco a poco. Luego, por completo.
Fue un error: "Empecé a recaer y la bajada fue tan grande que, de nuevo, dejé de controlar mi cabeza y de ser consciente de la realidad que estaba viviendo. Me escondí, me metí en la cama a llorar y me aislé completamente. Mi cabeza me decía que no tenía por qué seguir con la vida que llevaba, con tanto sufrimiento.".
Entre lágrimas, María relata un episodio que vivió a finales de julio de 2022: "Me tomé un puñado de analgésicos y me metí en la cama". Entonces, había perdido completamente la ilusión por vivir. Por suerte, reaccionó a tiempo y pudo echar las pastillas que acababa de ingerir. "En ese momento mi cabeza me dijo '¿Qué has hecho?'"
Todo esto ocurrió muy rápido, en tres minutos. Cogí miedo de mí misma, de mi propia cabeza. Al día siguiente retomé la medicación y opté por no abandonarla nunca más.
El día a día de un paciente con depresión: impacto en las relaciones sociales y familiares
En los últimos años, la salud mental se ha convertido en uno de los temas de debate a nivel nacional. Incluso, el Gobierno ha invertido hasta 100 millones de euros para hacer frente a un problema que se ha agravado con la pandemia.
Ahora, María conoce bien cómo es vivir con depresión. Conoce su cuerpo, conoce su mente y es capaz incluso de saber cuándo va a sufrir una recaida. Pero no por ello, deja de ser díficil.
Entre lagrimas confiesa que es "incapaz de llamar a una amiga" y decirle que está recayendo: "Pienso que le voy a transmitir mi tristeza y que, verdaderamente, no me va a comprender".
No solo eso. A veces, el simple hecho de salir de casa supone un esfuerzo mayúsculo: "Temo desorientarme. A veces cojo el coche y, tras aparcarlo y hacer recados, de repente, se me olvida todo: no sé cómo he llegado hasta allí, si he venido en coche o dónde lo he aparcado. Cada vez intento conducir menos".
La familia de María ha sido uno de los 'daños colaterales' de su depresión, especialmente sus tres hijos. Durante el último lustro, han visto a su madre llorando en la cama, sin fuerzas y sin ningún tipo de ánimo ni motivación para salir adelante. "Cuando empecé con la depresión, mis hijos eran pequeños. Tenían que hacerse ellos mismos la comida y las tareas de casa. En ocasiones, llamaban a mis padres para que les llevasen al colegio y les ayudasen en su día a día, con sus exámenes y deberes…", realata con cierta nostalgia y pena.
La realidad: cinco años después del diagnóstico
Desde que le diagnosticaron depresión, María ha perdido calidad de vida. Se siente más lenta, tiene menos ganas de tener vida social, de mantener relaciones o de conocer a gente. "Actualmente, me dedico a mis perros, a mis hijos y a tener mi casa ordenada, con el objetivo de tener más orden y estabilidad en mi cabeza, algo que he conseguido. Además, estoy yendo a terapias de energía positiva y coaching. Me he agarrado mucho a estos temas y la verdad es que me está viniendo bien".
Pese a todo, es incapaz de mantener su realidad sin ayuda de la medicación. “Considero que la enfermedad no se cura nunca. Únicamente se controla, por un lado, con los fármacos y, por otro lado, con un equilibrio emocional que tú mismo tratas de generarte”.
En este contexto, y apoyada en su experiencia, María da su propia definición de la depresión: “Es un infierno que se crea en el interior de uno mismo. Se trata de una enfermedad con la que hay que tener mucho respeto. Es desconocida, silenciosa y juega sus cartas dentro de la cabeza de uno mismo".