El científico Carlos López Otín nos explica en Julia en la Onda cómo es el reloj supraquiasmático, es decir, nuestro reloj biológico. La capacidad humana de medir con precisión el tiempo nos provoca depender mucha de esta magnitud e incluso sentirnos esclavo de este. Pero a los tictacs a los que no prestamos demasiada atención son los relojes biológicos: "Tenemos que tener muy bien ajustados estos relojes que habitan dentro de todos los seres vivos; interpretan señales ambientales, cuentan el tiempo de nuestras células y órganos y marcan el tiempo de nuestra vida...".
Fue difícil identificarlos porque no se ven. Todo comenzó en París hace 300 años, cuando el astrónomo Jean Jacques d'Ortous de Mairan advirtió que las hojas de la planta Mimosa pudica se mantenían abiertas durante el día y se cerraban por la noche. Metió las mimosas en un armario y observó que aún sin recibir la luz las mimosas podían sentir el sol y saber qué hora era, porque a las horas del día las hojas permanecían abiertas aunque la mimosa estuviera a oscuras y de noche se cerraban.
"El mejor candidato para contar el tiempo siempre fue el corazón, Aristóteles propuso que se midiera en latidos. Sin embargo, hoy sabemos que nuestro principal reloj está en el cerebro. Antes era solo el lugar donde se refrigeraba el corazón", explica López Otín. "El cerebro sueña el tiempo, tiene casi más de 100.000 neuronas, gracias a las que recordamos el pasado y tomamos decisiones para predecir el futuro...", explica Otín.
Madrugadores y noctámbulos
¿Por qué hay gente que es madrugadora y otra noctámbula? Es algo que viene en nuestros genes y es difícil cambiarlo, según nos cuenta el experto. "Todos tenemos el mismo reloj, de la misma marca, cambia el modelo en nuestro genoma... si tenemos variantes en el llamado PER o TIM hacen que el cronómetro avance muy rápido; esos son los madrugadores. Y al contario", nos explica López Otín.
¿Dónde se pensaban los clásicos que estaba el alma?
En la glándula pineal (que se llama así porque tiene forma de piña), que está en el cerebro y controla nuestra melatonina y el sueño. López Otín lo tiene claro: el pensamiento abstracto del arte enriquece el científico.