Empezamos por el final. El juez ha decidido que el profesor Andrés Díez sea juzgado el año que viene por abusar de 15 menores de edad. El juez Hermenegildo Barrera, encargado de la investigación, ya ha dictado el auto de procesamiento. Cree que hay indicios de criminalidad en las 15 denuncias de las alumnas y que el profesor Díez, leemos textualmente lo que dice el juez, “valiéndose de una clara relación de superioridad respecto de las mismas al ser su docente, realizó tocamientos continuados en sus partes genitales durante los años que asistieron a clase”.
Los abusos habrían ocurrido durante diez años entre 2004 y 2014, durante las clases extraescolares de piano y lenguaje musical que el profesor Díez daba en una academia de música llamada Melodía Siglo XXI, situada en el tercer piso del colegio Valdeluz, un centro religioso concertado de los agustinos, hasta que un grupo de niñas, al final la policía encontró a 15 víctimas, denunció el caso.
Hay unas niñas que se deciden a denunciar a este profesor, tienen el enorme valor de hacerlo, porque es un hombre conocido, respetado en el colegio y respetado por los padres. Así lo cuentan las niñas a la policía y a las psicólogas que las han entrevistado por orden del juez. Esas entrevistas van a ser nuestra guía para el territorio. Una de las víctimas, que ahora tiene 17 años, explicó que un día no pudo más y se lo comentó a una amiga: “¿No es un poco cariñoso Andrés?”. Su amiga le dijo que sí. Hablaron y coincidieron en lo que les estaba ocurriendo. Su profesor las abrazaba, las tocaba los glúteos, la zona genital, les daba besos en la boca. Se lo contaron a dos chicos. Luego, callaron. Tuvieron miedo, leemos textualmente, de que no las creyeran. Tuvieron miedo también por su vida, por las repercusiones. El padre de una de las niñas contó a las psicólogas que el profesor Díez era como un tío, un pariente cercano para las niñas, un hombre encantador al que “teníamos en un pedestal”, dijeron textualmente.
En efecto, este hombre, el profesor Andrés, que había sido fraile, era carismático y a veces invitaba a las niñas y a sus padres a celebrar barbacoas en su chalet. Allí estaba su mujer, Pilar, directora de la academia de música y con la que las niñas se llevaban también estupendamente. De hecho, las niñas dudan si denunciar porque les da lástima o se preocupan por lo que va a ocurrir con la mujer de su profesor. Una de ellas explica a las psicólogas que la esposa del profesor “era como otra madre o una abuela para mí”. Otra cría lo resumió así: “no sabíamos cómo hacerle eso a ella, ni si nos iban a creer”. Y una tercera añadió: “la directora nos trataba muy bien, pensábamos que no sabía lo que su marido hacía y que si decíamos algo ella iba a estar muy mal”.
Y en efecto, la mujer del profesor acusado le respalda y cree en su inocencia. Es habitual que las víctimas de abusos se sientan culpables. Tiene que ser durísimo. Hemos leído muchos sumarios e impresiona bastante. En el caso Valdeluz, hay una de las niñas que lo cuenta a la psicóloga del juzgado: “con todo lo que ha salido en las noticias pienso en por qué me ha pasado esto, qué he hecho yo mal”.
La mayoría de las niñas vienen de familias religiosas que decidieron inscribirlas en ese centro católico. Y el sentimiento de culpa está muy presente. Otra chica recordó ante la forense: “cuando yo comulgaba, siempre pedía perdón porque no estaba haciendo nada por evitarlo. O lo que hacía era muy poco, y le pedía ayuda a Dios para que me quitara la confusión, para saber qué hacer. Sí que sabía que tenía que decirlo, pero no, no me atrevía…”.
Y a pesar de su enorme valentía, de la que nos han hablado personas que las han tratado estos años, hay otra sensación de culpa que tienen las víctimas: no haber denunciado antes. Una de ellas explicó: “me siento mal, no por lo que me ha hecho a mí, sino por lo que ha hecho a otras chicas, porque pienso que si yo lo hubiera dicho antes, podría haberlo parado”.
Algunos abusos ocurrieron diez años atrás. Algunas de esas niñas son ya mujeres. Y los exámenes a los que se han sometido muestran lo que han vivido desde entonces. Las psicólogas forenses especialistas en menores han hecho once informes y aseguran que nueve de las niñas son altamente creíbles en lo que cuentan. Denunciaron 17 niñas y los expertos creen que 15 dicen la verdad. Sufren, dicen las peritos, síntomas de evitación, episodios de estrés, gran fragilidad y resonancia emocional. Al menos cuatro de las chicas muestran, años después, “resistencia al simple contacto físico, con desconfianza e inseguridad en las interacciones sociales”.
Vamos a ser sobrios en esto. Una de las víctimas explica que “no soporto que alguien se acerque por detrás y me ponga los brazos por encima de los hombros”. La chica dice que no ha olvidado que así se lo hacía el profesor Díez cuando era una niña. Otra de las jóvenes que ha denunciado a su antiguo profesor de música, y que ahora tiene 20 años, explicó a las psicólogas que todavía ahora “no soporto que me toquen, ni siquiera que me cojan de la mano. El resto, ni te cuento”.
Esta chica tuvo varias parejas, novietes, y asegura que “quería estar con ellos”, se refiere a tener relaciones íntimas, pero que no podía, se bloqueaba y, en sus palabras, cortaba con ellos. Otra de las denunciantes no ha tenido aun (y ha pasado ya los 20 años) relaciones con chicos, una perdió a su novio porque no le gustaba que la tocara… Hay otra chica que aparentemente está bien, estudia bien, ha estado en una beca Erasmus, pero cuenta, por ejemplo, que no soporta que su novio le meta la mano por debajo de la ropa.
Era lo que ellas han denunciado que les hacía el profesor Díez Y coinciden al menos dos de las chicas en esa práctica de abuso. El profesor, contaron, les metía la mano bajo la camiseta. Una de ellas no se olvida que en casa les parecía raro cuando empezó a ponerse dos camisetas para ir a clase. Pensaron, posiblemente, que eran cosas de crías o de la moda. Y la niña solo estaba intentando frenar aquello.
La Academia de Música estaba dentro del colegio, en un tercer piso, en una zona apartada. Daba a un pasillo, pero según las denuncias, el profesor Díez tenía colocado el piano de forma que desde fuera tapara el cuerpo de las personas y solo se viera la parte de arriba de las niñas. Ellas contaron a la policía y a las psicólogas que aprovechando las clases les tocaba los glúteos, las abrazaba, las besaba en la mejilla y luego en la boca, que les metía la mano bajo la ropa, incluso tres niñas han denunciado que les metió sus dedos en la vagina…
Y la policía, el juez y las psicólogas encuentran creíbles las denuncias. Es que son muy detalladas; una niña explica por ejemplo que su profesor les ponía películas de Walt Disney y aprovechaba la oscuridad para acosarlas y tocarlas. Las psicólogas hablan de que varias de ellas sufren lo que se llama “cuadro de inicio demorado”, en el que seis meses después de denunciar el caso surgen los problemas para ellas. También han visto que algunas de las chicas sufrieron un fenómeno de habituación al abuso. Es decir, crearon un mecanismo defensivo para seguir viviendo: el profesor no es tan malo, la culpa puede ser mía, si lo cuento meto en un lío a mis padres, a su mujer, al colegio... Sin embargo, cuentan cosas como que están tristes de repente, sin saber por qué.
En ese sentido, es muy significativo lo que le cuenta una de las menores de edad a las psicólogas del juzgado. Casi todas las chicas tienen pesadillas años después y esta recuerda una. Dice que en ese sueño, la mujer de su profesor se enteraba de los abusos. Que iba conduciendo, se alteraba y tenía un accidente y se moría. El profesor se quedaba viudo, la niña se sentía culpable y él seguía abusando de ella. Es muy difícil, según las psicólogas, que alguien se invente algo así y lo exprese así.
Esta misma chica contó a las psicólogas otro sueño. El profesor la perseguía para acostarse con ella. Le decía que si no accedía, la suspendería. Entonces el profesor conseguía encerrarla en el colegio con algún engaño y ella tenía que escapar corriendo por los pasillos, pero el hombre la encontraba.
Quince niñas diferentes, durante diez años, en un colegio religioso, con muchos alumnos, unos 1.700. Nadie dijo nada, nadie notó nada. Aquí esta historia se complica. Está demostrado que una de las niñas, que ahora tiene 24 años, se lo contó a sus padres, no podía más, en la Nochebuena de 2006, cuando tenía 15 años. Su padre le recriminó que llevaba meses insoportable, que había perdido mucho peso, y le preguntó: qué te pasa, hija. Y ella, que sufría ya bulimia, le contó los abusos de su profesor. Por supuesto, borraron a su hija de las clases de música, fueron al CIASI, que es el Centro de Ayuda a las Víctimas de Abusos Sexuales de la Comunidad de Madrid, y también se lo contaron a la profesora de la niña, que lo trasladó al jefe de estudios del colegio.
El padre, se llama Carlos, explicó que los servicios de apoyo de la Comunidad de Madrid pusieron en tratamiento psicológico a la niña durante unos seis meses. Que después le desaconsejaron denunciar al profesor. Le dijeron que no había pruebas, que el colegio le defendería, que su hija tendría que declarar, que el abogado del profesor la atacaría… Que iba a ser un proceso traumático para la niña. Y el padre, y eso imaginamos que le duele en el alma, decidió seguir el consejo.
Pero esa niña y este hombre sí denunciaron al colegio lo que ocurría. De hecho, hace casi dos años, cuando la policía recibió las denuncias, tomó declaración al jefe de estudios del Colegio Valdeluz, Juan José de Cossío, y al director, Eustaquio Iglesias. Los dos fueron incluso detenidos y acusados de omisión de deber de perseguir delitos después de que el jefe de estudios confesara ante la policía que él había sabido lo que ocurría con el profesor Díez, que se lo había contado al director, pero que habían decidido no creer a la niña, no hacer nada. El jefe de estudios, que se derrumbó ante los agentes, llegó a decir que se arrepentía.
Pero el juez ha decidido que el jefe de estudios y el director del colegio queden libres de todo cargo y no sean juzgados. Por tres motivos, según el juez. Ninguna chica (han declarado unas cuarenta alumnas) le comentó nada directamente a ellos. La segunda es que los abusos sexuales, que es el delito que aquí se va a juzgar, prescriben en España cuando pasan cinco años, algo que ha ocurrido en varios casos del Valdeluz, ya que los primeros abusos se habrían producido en 2004. Y, además, la confesión o el arrepentimiento del jefe de estudios se produjo durante una declaración suya como testigo, y no como imputado, por lo que se pudo producir una vulneración de sus derechos.
El que sí va a ser juzgado va a ser el profesor Andrés Díez. Perdió su trabajo y está en libertad tras pagar una fianza de 12.000 euros. Cuenta con el apoyo de su esposa y de la hija de esta. Todos mantienen su inocencia. Tiene una orden de alejamiento que le prohíbe acercarse a las chicas y al colegio. Se enfrenta a 15 acusaciones de abusos sexuales de otras tantas chicas que no serán fáciles probar. Algunas, además, pueden haber prescrito.
Las niñas, ya mujeres algunas, que se atrevieron a denunciarlo; han tenido que dejar el colegio Valdeluz, han cambiado de profesores, de amigos y de barrio. Algunas, hasta han cambiado de ciudad con sus padres para tratar de empezar de nuevo. Durante las fiestas del colegio del pasado año, cuando estalló el escándalo, muchas compañeras de las chicas llevaban una camiseta blanca y una leyenda escrita en rojo: “todos somos Valdeluz”.
Ha sido un proceso muy duro para ellas. Todavía lo está siendo y lo volverá a ser en el juicio. Una madre escribió una carta que publicamos en interviú, que creemos que resume lo que las chicas y sus familias están pasando. “Hace casi dos años y todavía tengo la sensación de estar cayendo al vacío, de no entender nada, de preguntarme por qué una persona a la que has dado un poder inmenso para que forme a tu hija se aprovecha de la inocencia de ella, tiemblo cada vez que lo pienso, y consigue que una niña cariñosa, confiada, poco a poco vaya volviéndose triste, retraída, rebelde, con el carácter cada día peor”.
Y más tremendo es lo que esta madre dice que ha ocurrido cuando su hija y otras 14 chicas se atrevieron a denunciar. Ella continúa en su carta: “Esta sociedad hipócrita se ha encargado de que las víctimas sean culpables, así que no dicen nada a nadie. Si logran reunir el valor suficiente para hablar, en la mayoría de los casos son los padres los que tratan de tapar el asunto. Olvídate de eso y no digas nada. No los culpo. Hasta que no pasas por el sufrimiento que implican los trámites de denuncia, declaraciones en los juzgados, informes forenses contando una y otra vez los hechos, juicios paralelos criminalizando a la víctima, declaraciones a la prensa por parte del colegio con todo tipo de alusiones a la invención del hecho por parte del colegio, de profesores, de compañeros e incluso de los que crees amigos, no sabes lo difícil que es tomar la decisión de denunciar y tratar de que la ley impida que esta persona siga destrozando la vida de más niñas”.