Antonio Ortiz ya está en la cárcel de Soto del Real, acusado de cinco agresiones sexuales, otros tantos secuestros, dos intentos de asesinato y varios delitos más. Se cierra una investigación contra un depredador que se inició en el mes de abril, cuando atacó a una niña española.
El 10 de abril, hacia las ocho y media de la tarde, se llevó a una niña madrileña de 9 años que estaba a la puerta de una tienda de chucherías de la calle Cidamón. Cinco horas después, la niña fue encontrada por un vecino en la boca de metro de Canillejas, a unos cuatro kilómetros del lugar del rapto. Lo que cuenta la cría desata todas las alarmas entre los investigadores de la Brigada Provincial de Policía Judicial de Madrid. La han drogado obligándola a tomar unas pastillas, la han llevado en coche a un piso vacío y la han duchado, entre otras muchas cosas, antes de dejarla en la calle.
Esta niña es, una superviviente, una heroína. Sin ella, no se habría llegado tan pronto a detener al pederasta. Los policías están enamorados de ella. Parece más niña de lo que es, quizá por eso se la llevó el pederasta, que buscaba crías menores. Y gracias al mimo y el talento de una mujer policía que fue casi su guía, su compañera de juegos estos meses, la cría fue abriéndose y contando una experiencia terrible, pero sobre todo, detalles que han servido a los investigadores. Por ejemplo, la pequeña contó que había vomitado en el piso del secuestrador y que, como tenía miedo de él, había ocultado parte de ese vómito entre un armario y la pared, el lugar donde ahora se han encontrado restos biológicos que se están analizando y pueden ser definitivos.
Uno de los investigadores nos explicaba que si a la cría le preguntas: ¿el coche era marrón?, te dirá que sí. Por agradar, por ayudar, porque te ve como una autoridad, un policía. Así que hay que dar más rodeos. La niña eligió como confidente, nos dicen, a una mujer policía acostumbrada a estos casos, una inspectora jefe del SAF. Y entre dibujos, juegos y helados, la cría iba dando datos.
Por ejemplo, apuntó que el coche era de dos puertas, porque el pederasta tuvo que echar para adelante el asiento y ordenarla que pasara a la parte de atrás del coche. Luego, cuando ya le había dado las pastillas, la cría cuenta que se mareó y que apoyaba la cabecita en la ventanilla del coche. Así, desorientada y en el coche de un desconocido, recordó que había viajado unos diez minutos, recordaba que veía un número, el 0047, y que había entrado en un garaje y subido a un ascensor, de donde describió hasta el panel de botones con los pisos, que habían bajado en un cuarto piso y que dentro había cajas de cartón, una de ellas de una marca de vino, y que la ducha no tenía mampara.
Y la casa donde este hombre está acusado de llevar a esta y otra niña es un cuarto piso, tiene garaje, estaba con cajas de cartón, semivacía, y la ducha no tiene mampara. El 0047 no podía ser la matrícula del coche. Los agentes reconstruyeron esa parte y solo encontraron un número que se puede ver si uno apoya, más o menos desorientado, la cabeza en la ventanilla de atrás de un coche. Ese 0047 es el número de homologación de las ventanillas, en este caso de dos modelos de coches Toyota. Se empezó entonces a investigar esos modelos de coche, de los que había 78.000 en España.
Y la policía partía con dos ideas para localizar a este criminal. Un delito tan grave como este secuestro no podía ser el primero en su vida y debía conocer el barrio, su piso franco tenía que estar cerca. Las dos se han demostrado ciertas. En cuanto al lugar, ya explicamos aquí la teoría del círculo de Canter. Si unimos en una recta los dos lugares más lejanos entre los ataques y abandonos de niñas y hacemos un círculo con esa recta como diámetro, dentro de esa circunferencia debe estar la vivienda del criminal. Ortiz tenía una habitación en casa de su madre, en la calle Montearagón, y la vivienda donde supuestamente llevó a dos niñas está en la calle Santa Virgilia. Impresiona ver en un plano lo cercanos que están esos dos lugares del asalto a esta niña española. Y en cuanto al historial, efectivamente, no era la primera vez.
Ortiz, fue detenido hace 21 años, en 1993, por agentes de la Guardia Civil de Madrid, se le acusó de un delito de abuso a menores, pero la cosa no llegó a juicio y no sabemos por qué. Es un episodio muy confuso. Cinco años después, en marzo de 1998, cuando era padre de un niño de un año, atacó a una niña de seis a la salida de un colegio del barrio de Fuencarral, al norte de Madrid. Leer la sentencia, del año 2000, en la que él se aceptó culpable y fue condenado a nueve años de prisión, es casi un calco de lo que está acusado de hacer ahora. Cogió a la niña con un truco sobre que su madre le había dado unos bañadores, la metió en el coche y abusó de ella. La liberó una hora después.
Fue condenado a nueve años, pero cumplió menos de siete y volvió a la calle. Consiguió permisos y estuvo fuera todos los fines de semana desde julio de 2006 hasta noviembre de 2008, cuando ya recuperó la libertad. Los expertos de prisiones recomendaron que no le dieran permisos, pero los jueces de la Audiencia de Madrid certificaron que había “progresado” y le dejaron en libertad. Que, por cierto, le duró poco. En algunos gimnasios que frecuentaba conoció a un grupo de matones búlgaros a los que llaman los rompecostillas y en noviembre de 2009 fue detenido y acusado de participar en una brutal paliza en Valencia, a otro búlgaro que al parecer se había negado a pagar una deuda.
Y volvió a prisión, pero tampoco fue condenado por esa paliza. Salió a la calle en junio de 2011 y, poco después, una mujer que era su pareja, le denunció por malos tratos.
En cuanto al error de los jueces de Madrid, en España se utilizan dos sistemas para medir si un violador de niños está recuperado y darle permisos: uno, que haya cumplido tres cuartas partes de la condena y otro, absurdo, que se haya portado bien en la cárcel. Los pederastas se portan extraordinariamente en prisión. Tienen miedo de otros internos, de la ley del maco, como la llaman. Viven aislados y buscan la protección de funcionarios, no dan problemas, limpian la celda, son obedientes…
Por otro lado, ¿cómo podrían portarse mal o reincidir en prisión? Ortiz, por ejemplo, nunca aceptó someterse a ninguna terapia de rehabilitación (son voluntarias) de agresores. Sobre la reincidencia en este tipo de delincuentes, que no baja del 40 por ciento de los ya condenados cuando salen de prisión, contaremos una anécdota de Nannysex, un tipo condenado por abusar de bebés y grabar esos abusos. En su celda se intervinieron ejemplares de la revista Ser Padres, llenos de imágenes de recién nacidos y niños.
Volvamos a la operación Candy para cazar a este pederasta. La niña española ha dado datos muy valiosos, pero en junio el tipo rapta a otra cría, esta vez una niña de seis años de origen chino, en la misma zona.
Ahí estuvieron a punto de detenerlo, había policías muy cerca. Y recuerdo la frustración de varios de ellos. El hombre repitió lo que había hecho con la española, un par de meses antes. La drogó y la llevó al piso antes de ducharla y abandonarla, todavía con el pelo húmedo, según la mujer que la encontró, en la calle Jazmín, muy cerca del piso de los abusos.
Esta niña estuvo casi un mes en el hospital y casi tres meses sin hablar. Vamos a ahorrarnos detalles, pero diremos que como el tipo tenia problemas para abusar de ella, utilizó objetos y le dejó unas heridas terribles, casi la mata.
Y la policía sigue trabajando, más aun, y el pederasta se esfuma durante casi dos meses, en verano. Hasta el 22 de agosto, cuando ataca a una niña dominicana de siete años. Es el principio del fin para él. Otra vez, por la valentía de la niña y por la constancia de los investigadores.
El pederasta ya no la lleva al piso. La madre de Ortiz iba a mudarse allí en septiembre y acudían juntos a llevar cosas, quizás no quiso arriesgarse. Trata de abusar de la niña en el coche, pero no logra su objetivo, como le ocurrió con la menor china. Entonces, enfadado, la coge del pelo, deja el coche en doble fila y le ordena quedarse quieta dentro del vehículo. Entra en una tienda china y compra un refresco y un bote de crema hidratante nivea por los que paga siete euros y deja un fragmento de huella dactilar.
Y esa niña vuelve a ser fundamental para la policía. Recuerden su imagen paseando de la mano de una investigadora por el descampado.La niña explica que el hombre habló por teléfono móvil, que se enfadó mucho, que tenía una botella de agua de esas que usan en los gimnasios, una toalla y una bolsa de deporte. Coincidía con los datos aportados por la cría española y también por los de otra niña japonesa, que salió corriendo el mismo día y huyó de él, pero que en esas charlas con mujeres policías les explicó que el hombre tenía “una mancha en la cara como la de mi mamá”. Su mamá tenía una peca grande. Y las otras dos niñas coincidieron en la mancha, lunar o verruga y en que el tipo estaba muy fuerte, se le veían las venas de los brazos.
La policía encuentra dos imágenes en cámaras de seguridad del coche del pederasta, pero no se logra ver la matrícula entera. También se revisan miles de llamadas de teléfonos de esa hora…
Y se llevan policías a los más de treinta gimnasios que hay en los dos barrios, Ciudad Lineal y Hortaleza. Algunos se matriculan y hacen pesas en busca del sospechoso. Revisan todas las fichas de los clientes. Para entonces, finales de agosto, la policía ya ha cribado la lista de 56 sospechosos, con nombres y apellidos, y la ha dejado en 24 personas, que son fotografiadas, vigiladas y seguidas.
En esos dos barrios de Madrid hay 56 personas con antecedentes por delitos sexuales, que estaban en Madrid al menos uno de los días de los ataques, y nos parecen pocos. El día que desapareció Yeremi Vargas, en Vecindario, en la isla de Gran Canaria, había más de 100 hombres con antecedentes por delitos sexuales en la zona, 28 de ellos de nacionalidad británica. El caso es que se fue descartando a muchos de ellos. Quedaban esos 24 que te decimos. Y ninguno era un pederasta digamos tópico, un tipo rijoso sin vida personal, sin familia, todos tenían fachada compensatoria. Había que afinar.
Fachada compensatoria es una doble vida. Una apariencia de normalidad. Ortiz había estado casado, tenía un hijo de 17 años y tenía bastante éxito con mujeres adultas. En los últimos tiempos salía con una mujer aficionada como él al culturismo, madre de un niño de 8 años, con el que Ortiz tenía buena relación. La pareja ha contado que ella toma Orfidal y que su novio se lo pedía para ayudarle a dormir. En realidad, se lo daba a las niñas.
En su vida virtual, en redes sociales, se declaraba amante de los animales, por ejemplo formaba parte de un grupo que rescataba perros abandonados bajo el nombre “ayudemos a los peluditos, que vean que quedan humanos buenos”. Dos semanas después de atacar a una de sus víctimas, firmó una iniciativa a favor de prevenir el cáncer de mama y diez días después de torturar a la niña china firmó también a favor de la petición de una madre en change.org, en la que se criticaba a una mutua de seguros por quitarle la ayuda para su hijo discapacitado. El análisis de su ordenador, que ya se está haciendo, dirá más cosas, pero tenía 88 imágenes de mujeres adultas voluptuosas, casi todas latinas, algunas vestidas de colegialas bajo el epígrafe de “niñas malas”.
¿Y qué fue lo que hizo que de esos 24 sospechosos vigilados y grabados se decidieran por Ortiz? Todo cuadraba. La verruga de su cara, los músculos, le vieron en uno de los gimnasios vigilados, por cierto muy cerca de la central de la policía. Había vivido en el barrio, iba a dormir a casa de su madre, que tenía un piso vacío en la zona, conocieron sus antecedentes, comprobaron sus teléfonos, sus coches, porque había cambiado cuando algunos periodistas publicaron que su coche ya estaba identificado, se cortó el pelo cuando se dijo que era canoso y con flequillo…
Una tarde de finales de agosto, dos agentes le pidieron el DNI a la salida del gimnasio, algo rutinario. Ortiz se lo dio y tras disculparse, los agentes le dijeron: ¿vas a coger el coche?. Ortiz contestó: no tengo coche. Y estuvo dos horas caminando sin rumbo por el barrio, hasta que se hizo de noche y entró en su coche, un Audi, donde se quedó a dormir.
Y es cuando decide huir a Santander, pero ya tenía, el rabo puesto. El rabo es la baliza, un dispositivo GPS colocado bajo el coche, para que no pueda moverse sin que la policía lo sepa, para que no lo pierdan. Así llegó a Santander, a refugiarse en casa de unos tíos, y así, vigilado, hablaba con su pareja desde allí, a la que prometía sexo duro y también amenazaba por teléfono. Hasta el pasado miércoles, cuando los geos le pusieron los grilletes.
Terminamos felicitando a esos policías, mostrando admiración y respeto y mandando un abrazo a esas niñas y a sus familias, que han hecho mucho más de lo humanamente exigible para acabar con esta pesadilla.
La labor policial de algunas de las niñas no para. Una de ellas, jugando con su padre, hizo en casa un retrato robot clavado a Ortiz. Ahora deberán declarar si le reconocen. En cuanto a los policías, hubo quien durmió en la jefatura de Madrid. También quienes dejaron de ver a sus propios hijos durante días y quienes se ofrecieron voluntarios para patrullar parques y calles madrileñas fuera de su horario de trabajo. Uno de ellos es un buen amigo de hace muchos años, un tipo muy especial, le llamaremos Nino. Cuando le felicitamos y le dimos la lata estos días, le quitaba importancia, el pasado fin de semana nos dijo, “venga, venga, que esto sigue, hemos pillado 25 kilos de coca. ¿Te he contado lo de la ruta marroquí de la coca?”.