El estudio del pasado siempre nos produce cierta fascinación: queremos saber quiénes eran nuestros antepasados, cómo era el mundo que habitaban, qué hacían para sobrevivir. En esta exploración del pasado la paleontología es siempre una caja de sorpresas: nos habla de cosas que ocurrieron hace millones de años con un nivel de detalle que a veces es difícil de creer. Hoy, en estos minutos que dedicamos a la ciencia, Alberto Aparici nos quiere hablar de lo siguiente: cómo comían los primeros animales, seres que vivieron hace 600 millones de años.
¿Cómo se consigue saber algo así? Prestando mucha atención a los fósiles y… con la ayuda de las modernas técnicas de biología molecular. Hoy en día miramos a los fósiles y ya no sólo vemos una “fotografía” en piedra de ese bicho: podemos analizar la química de la piedra y decir “Ah, éstas son moléculas típicas de las algas. Estas otras, de las bacterias. Éstas, de los animales”. Pero, si te parece, antes de meternos en esa harina vamos a contar cómo eran estos primeros animales y dónde vivían.
Estamos en la orilla del mar, hace 600 millones de años. A nuestra espalda la tierra parece yerma, pero delante de nosotros vemos charcos inundados por el mar y un bajío de aguas someras calentadas por el sol. El suelo de estas aguas es verdoso: en él sí que hay vida. Sobre esta alfombra verde se mueven lentamente unas criaturas gelatinosas, más bien planas y poco ágiles. A su paso dejan el suelo limpio, son como coches escoba que recorren la alfombra de algas. Estamos ante los seres de Ediacara.
¿Y qué es eso de Ediacara? Es el nombre de unas colinas en Australia en las que se encontraron estos bichos por primera vez. Y fíjate que sólo con lo que he contado ya estamos ante un mundo del que nos tiene que haber llegado muy poco: un mundo de seres blandos, de “praderas” de algas microscópicas, de gusanos y de babosas.
Es verdad: esos animales ¿tenían huesos? ¿No es necesario material duro para producir un fósil? No, no tenían huesos, ni hasta donde sabemos tampoco conchas o exoesqueletos, pero a pesar de eso también pueden dejar fósiles. Los fósiles son más fáciles de formar a partir de huesos, pero en las condiciones apropiadas el tejido blando también puede fosilizar. Las condiciones de este mar somero de Ediacara eran tan buenas que quedaron impresiones de la alfombra de microorganismos, y también los “caminos” que estos animales iban trazando en ella.