Traigo que se abre el telón y aparece el presidente del Gobierno presentando los indultos a los condenados por el procés por utilidad pública en el Teatro Liceo de Barcelona.
Sánchez me gusta más que Chejov. Los gobiernos mienten tanto que ya prefieren hablar en los teatros. Denis Diderot ya decía de la cuarta pared que separaba el escenario del público y aconsejaba a los actores que hicieran como si esa pared estuviera levantada.
Fuera del teatro arden las bengalas, pero Sánchez hace como que los independentistas no están allí. Está muy logrado. Uno se mete tanto en la obra que se olvida de que está indultando a sus socios de investidura para que le sigan apoyando. La escena cumbre es cuando dice que lo hace por la concordia. No se escribía algo tan bonito desde Madame Butterfly. Ni algo que va a terminar tan mal.
Fuera Junqueras dice que los indultos demuestran la debilidad del Estado y Cuixart cree que significarán la derrota de España, pero en el escenario no aparecen los independentistas ni los constitucionalistas, solo está Sánchez que representa la concordia de uno solo.
Siempre me inspiraron ternura las personas que hablan como si hubiera más gente. Había un heladero en Chipiona que pregonaba el género en las calles vacías en un desierto de 40 grados de las cuatro de la tarde y allí solo gritaba: “Helados! Se acaban ¡Que me come la bulla!” Y no había nadie. Al menos Sánchez escenifica la reconciliación consigo mismo, que no es poco si se tiene en cuenta todos los personajes que lleva dentro.
Final de la obra.
El sanchismo, en pie.
Los aplausos durarán hasta que termine la legislatura.