La reflexión es la fuente del conocimiento. Es nuestro medio para aprender, para ayudarnos en la incertidumbre, para despejar nuestras dudas, encontrar soluciones a los problemas y crecer como personas.
El que teme padecer ya padece o que teme. La reflexión nos acerca a lo máximo que podemos ser como persona. Hacemos que nuestra experiencia esté llena de aprendizaje y nos ayuda a distinguir entre la verdad y la mentira.
Uno de los grandes riesgos al no reflexionar es dejarnos llevar por los estados emocionales. Muchas personas llevan sus vidas tan al límite que aseguran que no tienen tiempo para pensar. Unos 30 minutos al día es más que suficiente, es un 6 por ciento de un día. Una buena acción sería poder reflexionar mientras caminamos, así juntamos dos buenas acciones, además el ejercicio físico moderado nos pone mucho más creativos.
Las personas reflexivas aprenden de cualquier razonamiento. Tienden a conservar la calma, se adaptan a los hechos, son más ágiles para buscar soluciones, tienen confianza en sí mismos, son muy estimulantes para los interlocutores o son capaces de solventar antes sus problemas.
A reflexionar se puede aprender. Es el control voluntario de nuestras emociones. Hay personas que lo pueden hacer incluso con 70 u 80 años. La vida sin reflexión es como un barco sin timón que navega a la deriva.