"Recuerdo rezar y pedirle a Dios: "por favor, haz que cuando me despierte sepa leer" a veces incluso encendía la luz, cogía un libro y lo miraba para ver si ocurría el milagro. Pero no llegó. No pedí ayuda porqué pensé que nadie podría hacerlo".
Pasó a formar parte de la "fila de los tontos", como lo llamaban sus compañeros, pero fue pasando cursos. Años después, John tocó fondo, se cansó de avergonzarse de sí mismo y empezó un nuevo camino. Potenció sus habilidades atléticas y matemáticas y, con la ayuda de sus compañeros, llegó a la universidad con una beca de atletismo. Se graduó haciendo triquiñuelas para aprobar los exámenes y aceptó un trabajo como profesor. Nadie sospecharía nunca de su secreto.
Sacaba sus clases adelante sin escribir en la pizarra, con películas y debates cara a cara. Los nombres de sus alumnos se los aprendía de memoria y en cada curso se apoyaba en los dos o tres que leían y escribían mejor de la clase. Su mayor temor eran las reuniones de profesores y la lluvia de ideas a la que les sometía el director
"Siempre recurría a alguien para escribir esas ideas en la pizarra. Y yo vivía aterrado con la posibilidad de que me eligiera a mí". Nunca le descubrieron, pero en su interior se sentía mal. Cuando cambió la docencia por los negocios, a los 48 años, decidió pedir ayuda para aprender a leer. Luego se atrevió a confesar su secreto al público, y escribió su historia en un libro. Hoy John dirige una organización que desarrolla programas de alfabetización en Colorado y California, y lucha para que los que están "en la fila de los tontos" tengan las mismas oportunidades que los demás.