El pasado 18 de abril era un lunes cualquiera, en Jerusalén, cuando una enorme explosión sorprendió a sus ciudadanos. Un artefacto estalló dentro de uno de los autobuses que cubren la línea 12 cuando atravesaba un popular cruce, al sureste de la ciudad. 20 personas resultaron heridas, entre ellas Rachel Dadon y su hija Eden, de 15 años, que sufrió quemaduras en el 45 por ciento de su cuerpo y permaneció dos semanas en coma.
"Pasé por una experiencia muy difícil porque no tenía que salvarme yo, sino también a mi hija, y lo tenía que hacer a gran velocidad con mis heridas, mi dolor, y llena de cristales y sangre. Fue un espectáculo muy difícil de ver", cuenta Rachel en declaraciones a la BBC
Azar Abu es la madre de Abed Hamid, autor del atentado y que murió pocos días después del ataque. P"or supuesto estaba muy muy triste como madre, pero vi a la gente y sentí cómo todo el mundo estaba orgulloso de lo que hizo mi hijo".
Dice también Azar que su hijo hizo lo que todos querrían hacer, que estaba muy enfadado y que pensaba que si Israel quisiera la paz, les habrían dado sus derechos. Para Dadon es imposible de entender, cree que no sirve de nada recurrir a los ataques para calmar la ira porque sólo provocan sufrimiento.
"Necesitamos vivir en paz, necesitamos vivir. Debería ser capaz de ir con mi hija a divertirme y volver a casa sin resultar herida"
La visión de Azar es diametralmente opuesta: "Para vivir en libertad, tenemos que pagar un precio. Y creo que era lo que Abed quería".
Dos madres, un mismo conflicto enquistado y de difícil solución y que el pasado 18 de abril resucitó el fantasma de los atentados suicidas en la Segunda Intifada.