La policía le acusó del homicidio y fue condenado a pena de muerte. La mayor parte de esas más de dos décadas de cárcel las pasó en aislamiento, sólo acompañado por las palizas que le daban los guardias y por 30 minutos al día de luz.
"Me sentí muy arrepentido y sólo rogaba a Dios que me diera una razón para vivir", cuenta Nick a la BBC. Uno de los vigilantes se apiadó de él y le dejó leer. En 1989, fue el primer reo en el corredor de la muerte en Estados Unidos en pedir un análisis de ADN tras la condena. Un juez ordenó una última ronda de pruebas y así descubrieron su inocencia. Nick quedó libre.
"Mi madre me dijo: estoy muy contenta, pero por favor, deja que por lo menos uno de mis hijos siga con vida". Dice también Nick que los siguientes años han sido más duros que el corredor de la muerte porque es muy difícil ser un buen hombre cuando has perdido tanto. Ve su paso por prisión como una vieja película que le ha dejado cicatrices para siempre, pero al mismo tiempo le ha salvado la vida. El asesino de la mujer nunca fue identificado.