De las siete maravillas del mundo antiguo sólo una queda en pie. Es la gran pirámide de Keops. El resto se disolvieron en el polvo del tiempo; mientras, la gran pirámide continúa desafiándolo.
Durante 38 siglos no hubo en el planeta Tierra ningún otro edificio que fuera tan alto. Napoleón sabía que estaba contemplando algo excepcional. De las siete maravillas, la única que resistía era la más antigua de todas. Ante esa altura de 147 metros y esa capacidad de resistencia estuvo el general varios minutos sin pronunciar palabra. A Bonaparte le explicaron que lo único que la pirámide había perdido en el transcurso de las centurias era el revestimiento de piedra calcárea. También se cuenta que Napoleón pasó siete horas dentro del templo, tratando de escuchar los susurros de la eternidad.
Con el propósito de arrebatar Egipto a los turcos, el prometedor general Bonaparte, desembarcó en el país del Nilo durante el verano de 1798. Llegó con 28 años y más de treinta mil soldados franceses. La idea consistía en avanzar en dirección a Siria. Pero, en aquella ofensiva no sólo iban soldados.
En la expedición había matemáticos, físicos, químicos, biólogos, ingenieros, arqueólogos, geógrafos e historiadores. Se trataba de sacar conclusiones sobre el terreno en el país de las pirámides. Algunas versiones han relatado que Napoleón sorprendió a sus oficiales cuando les comunicó que iba pasar una noche completamente solo en el interior de la Gran Pirámide, dentro de la última morada del faraón.
Se relató que fue en una calurosa noche de agosto de 1799 cuando el general accedió a la Gran Pirámide acompañado de varios de sus hombres y de un religioso musulmán. El grupo habría caminado por estrechos pasadizos hasta llegar a la cámara del rey. Y allí, en el corazón de la pirámide, se asegura que Napoleón se quedó a solas con el tiempo.
La cámara del rey es una sala rectangular, construida con losas de granito lisas, sin inscripciones ni decoración. En aquel espacio de unos diez metros de largo por cinco de ancho sólo había un sarcófago rojo que estaba vacío. Aunque, Napoleón no habría estado solo. Debía había ratas, murciélagos y escorpiones. Lo que las antorchas no podían espantar era una oscuridad impenetrable. En esa cámara, la propia respiración provoca eco. Se asegura que las sensaciones son tan insólitas que llega a tenerse la rarísima impresión de estar en otro mundo con esa cantidad de ruidos distorsionados por una resonancia tan recóndita.
Se ha escrito que Napoleón salió de la Pirámide cuando el Sol ya iluminaba la meseta funeraria de Guiza. Se añadió incluso el detalle de la palidez con la que apareció el general. Se contó que sus oficiales de confianza le preguntaron por cómo había sido la experiencia. A lo que Napoleón habría respondido: aunque lo contara no lo creerían.
Lo que no suele contarse es lo que reveló el secretario de Napoleón en sus memorias. Monsieur Fauvelet estuvo al lado de Bonaparte en Egipto, y aseguró que Napoleón nunca entró en la cripta. Su testimonio parece más verosímil que las interpretaciones que 200 años después se han hecho de aquellos días.
Cómo explicar entonces que la historieta de Napoleón dentro de la pirámide se haya publicado en algunos de los medios más prestigiosos aún no siendo cierta. La única explicación puede estar en el influjo, en la fascinación que ejerce el más misterioso de todos los monumentos, llegando -incluso- a confundir a los informadores, llegando a confundir lo ocurrido con lo imaginado.