Los cañones arrancaban miembros y desparramaban entrañas. Para quien no estuviera algo acostumbrado a la mutilación repentina, aquello era el mismísimo infierno. Resultaba insoportable.
El ruido de la muerte ensordecía a los supervivientes durante unos cuantos minutos, y mientras los oídos colapsaban, los ojos contemplaban como la hierba se teñía del carmesí de la sangre. A menudo, los soldados quedaban tan conmocionados de sus propias heridas que ni siquiera eran capaces de gritar su dolor.
Luego estaba el asedio de las balas. Las balas silbaban en el aire hasta que desgarraban la carne o impactaban en algún sitio. El doctor Mackenzie descubrió enseguida que su escaso material médico iba servir de poco en el fragor de aquel conflicto.
Y luego estaba el asunto del enemigo invisible. En aquella época, iniciándose la segunda mitad del XIX, la malaria, la disentería, la viruela y el tifus arrasaban los campamentos de los ejércitos. El enemigo invisible diezmaba las tropas antes de que llegase el combate. El doctor MacKenzielamentaba que aquellos chicos tan jóvenes, fuesen llevados allí a pudrirse sin disparar un solo tiro sin acercarse al adversario.
Crimea, era la sede de la flota rusa del Mar Negro. Allí transcurrió la batalla del río Alma. Fue el primer enfrentamiento trascedente de aquella guerra. Ingleses y franceses lograron la victoria antes de dirigirse hacia Sebastopol. Los aliados tuvieron 2.500 bajas, los rusos el doble.
En un día Mackenzie tuvo que hacer 27 operaciones. Entre ellas dos amputaciones a la altura de la cadera.
Después de que las armas dejaran de sonar, sigilosamente, llegó el brote de cólera asiático. Esa es una enfermedad que suele transmitirse mediante agua contaminada, por las heces de los infectados. Sin un tratamiento eficaz, ese tipo de cólera tiene una tasa de mortalidad que puede llegar al 60 por ciento.
De modo que durante los dos años y medio que duró la Guerra de Crimea cerca de 18.000 soldados murieron sólo de esa enfermedad. Entre ellos, un cirujano prometedor, el doctor Richard James Mackenzie que ejerció la medicina en los tiempos del cólera.