Fue a finales del año 62 antes de Cristo. Fue un escándalo enorme. Se descubrió que en una fiesta ritual, solemne, sólo para mujeres de la alta sociedad de Roma…se descubrió que disfrazado entre aquel cónclave restringido había participado un hombre. Sin que se revelase en qué consistió su participación.
Era la celebración de los misteriosos ritos de la Bona Dea, de la Buena Diosa. Era una divinidad cuyo culto se relacionaba con la fertilidad. En torno a esa cita, y antes del escándalo, ya existía un enigmático halo de misticismo.
La ceremonia la dirigía Pompeya, la mismísima esposa del César, con la participación de las vírgenes vestales y la asistencia de las damas más influyentes de Roma. Tanto secretismo sobre lo que en esas reuniones femeninas ocurría, había contribuido a una serie de lascivas fantasías masculinas, que habían mutado en chismes. Entre los hombres había rumores de lujuria.
La estancia se fue llenando de una atmósfera de intimidad, con el olor del incienso y la cadencia de la música. Mientras las mujeres se iban congregando, acomodándose, en aquella habitación lujosa, decorada -intencionadamente para la ocasión- con hojas de viña.
Aquella noche, no había maridos. Cuando ninguna de ellas había tenido la más mínima posibilidad de elegir al suyo. Los matrimonios concertados no tuvieron excepción en la política romana. Las mujeres eran utilizadas para sellar alianzas. El propio César entregó a su hija -Julia- a Pompeyo, a uno de los tres del triunvirato, a quien habéis sido su amigo terminó siendo un enorme adversario. La hija de César fue parte del pacto.
Aquella noche de la que hoy nos estamos acordando, aquella noche, sin hombres, la velada comenzó con el sacrificio de un cerdo.
Después, cuando se supo que un hombre había permanecido en la estancia disfrazado, hubo sospecha de que aquello -como mínimo- había escondido una cita amorosa, aún sin dejar de considerarse otras opciones, otras posibilidades -digamos- más eróticamente explícitas.
Se culpó de los hechos a un tipo llamado Clodio Pulcro. Cicerón fue el testigo clave de la acusación. Pero, el acusado -finalmente- fue absuelto. Salvando la vida.
Porque las penas de cárcel no eran las sentencisa habituales del mundo antiguo. Lo frecuente era el matarile. La ejecución.
También tenía, entonces, una enorme importancia el linaje. La familia de Julio César se enorgullecía de poder trazar sus orígenes hasta la mismísima diosa Venus.
Así que no podía haber interferencias, ni sospechas. Y el chisme sobre lo que había ocurrido adquirió magnitudes políticas.
Así que César se divorció de Pompeya. Rompió el matrimonio con su mujer, sentenciando que la esposa del César ha de estar libre de toda duda.