Estamos iniciando la mañana del tercer día.
Hay un lugar en España en el que, aunque el calendario diga que hoy es festivo, no se celebra fiesta alguna. Aunque el calendario diga que toca descanso, no se descansa. Aunque el día invite a la tranquilidad, no hay nadie tranquilo.
Hay un lugar en España en el que normalidad ha dejado de ser una palabra para convertirse en un anhelo. Una aspiración. Un sueño.
Cómo es la vida cuando la normalidad se resquebraja
Desde ese lugar emitimos hoy este programa. Les invitamos a escuchar cómo es la vida corriente cuando la normalidad se resquebraja. Cuando la normalidad es atropellada, destruida, por una riada nunca antes vista. Y nunca antes sufrida.
Les invitamos a escuchar cómo se vive sin electricidad, sin agua corriente, sin internet, sin medios de transporte. Cómo se vive sin poder utilizar la cocina, o el baño de casa, teniendo las paredes empapadas, los muebles de madera hinchados y la calle, hasta arriba de barro. Cómo se vive cuando hay que ir caminando a todas partes, en ocasiones varios kilómetros, habiendo perdido los coches, sin tiendas abiertas a la vista y habiendo perdido la esperanza de que la pesadilla pasará pronto.
Cómo se vive habiendo perdido la esperanza de que la pesadilla pasará pronto
Usted que me escucha desde cualquier otro lugar de España, incluido el centro de Valencia -a un tiro de piedra de esta orilla sur, al otro lado de la carretera de circunvalación-, usted que quizá estuvo anoche celebrando el Halloween con los críos, o se prepara ahora para honrar a sus difuntos en el cementerio, usted no se habrá preguntado -yo tampoco lo había hecho hasta ayer- como es ver morir a alguien (en un instante) y tener que convivir tres días con su cadáver dentro de casa -perdón por la crudeza, pero ya les digo que aquí nada es normal-.
Personas conviviendo con los restos mortales de sus familiares
El alcalde de Alfafar nos heló el alma a todos cuando contó que hay personas aquí conviviendo con los restos mortales de familiares que aún no han sido llevados al instituto anatómico (en rigor, a la Feria de Valencia, habilitada como morgue porque se nos quedó pequeña la Ciudad de la Justicia).
Luego hemos sabido que no es la única localidad donde esto pasa. Que en Paiporta, a un paso de aquí, tres mujeres a la puerta de la casa de un hombre, aguardaban la llegada del equipo forense que ha de levantar el cuerpo del padre de una de ellas. Velando en la calle. Y esperando al forense que no llega.
La amargura creciente de sentirse ignorados
Hay un barrio entre Alfafar y Paiporta de nombre Orba al que aún no ha llegado nadie. Cada vez que hoy les decimos que son 158 las vidas que segó la DANA decimos, en realidad, que son 158 los cadáveres ya levantados. Cuántos más quedan por ser encontrados no se sabe.
Hay municipios, como Alfafar, cuyos vecinos se duelen de no haber visto aún patear sus calles un uniforme. Ni un bombero. Ni un policía. Ni un soldado. Se duelen por la desgracia que les ha tocado, la DANA, y por la amargura creciente de sentirse ignorados.
Todos entienden que ante una tragedia excepcional, es comprensible que la confusión reine en las primeras horas, que la urgencia obligue a quienes gobiernan a establecer prioridades, y que los puentes caídos, el barro acumulado, las calles impracticables justifiquen que haya que esperar a que los servicios básicos puedan ir restableciéndose. Entienden menos que, iniciando ya la mañana del tercer día, la sensación de abandono haya ido acrecentándose.
Faltan manos y no se ha visto aún maquinaria pesada. Ni a un militar. Ni a un enviado de la administración que venga a proveer de productos básicos
Aquí todo el que tiene una pala la está usando. Quien tiene un cubo, lo usa. Quien tiene un tractor, lo saca. Quien tiene agua, la comparte. Pero faltan manos. Faltan manos y no se ha visto aún maquinaria pesada. Ni a un militar. Ni a un enviado de la administración que venga a proveer de productos básicos.
Es la prueba de resistencia del Estado y, de momento, no la pasa
Se entiende que la tarea está siendo inabarcable. Que si a los bancos se les hacía aquello de los test de estrés -la prueba de resistencia- no ha habido mayor test de estrés en la historia reciente de los desastres naturales en España como esta gota fría pavorosa que engendró una riada aún más pavorosa que su progenitora. Ésta es la prueba de resistencia de las administraciones, todas ellas. Es la prueba de resistencia del Estado. Y la prueba, de momento, no la pasa.
Podemos seguir discutiendo si falló el envío de un sms. Si haberlo enviado más temprano habría salvado todas las vidas, muchas de ellas o a saber cuántas. Podemos seguir discutiendo quién midió peor las consecuencias de lo que se estaba gestando. Pero hay algo mucho más inmediato que no tiene discusión posible. Y es lo que ya ha pasado.
Si algo no puede permitirse el Estado es tener a varios miles de familias sumidas en la incertidumbre, sin bienes esenciales en sus casas y con cadáveres a su lado
Las consecuencias de la riada han ido quedando a la vista. Y es ahí donde han de dar la medida los gestores. Claro que llevará semanas volver a construir tramos de carreteras destruidos. Claro que no se hace de un día para otro más de un kilómetro de vía ferroviaria que ha desparecido. Claro que no hay cobertura de móvil posible mientras no se reconstruyan las torres y los repetidores siniestrados.
El agua ha arruinado subestaciones eléctricas, cables de fibra, tuberías de agua. Pero si algo no puede permitirse el Estado es tener a varios miles de familias sumidas en la incertidumbre, sin bienes esenciales en sus casas y acusando cada minuto que pasa el desamparo. Y sí, con cadáveres a su lado.
Esta emergencia local requiere de una respuesta nacional
Ésta es una emergencia local, valenciana. Pero requiere de una respuesta nacional. Que debe dirigir el gobierno de España. Es él quien tiene la potestad de declarar aquí el estado de alarma y recabar todos los recursos públicos y privados que se requieran para paliar las consecuencias de la riada. Y es el presidente autonómico, Mazón, quien debería haber pedido ya (perdón por opinar) al gobierno de España que asuma el mando.
Aquí todo el que tiene una pala la está usando. Pero a quien no tiene pala, nadie, todavía, se la ha facilitado.
Aquí todo el que tiene una pala la está usando. Pero a quien no tiene pala, nadie, todavía, se la ha facilitado
En la mañana del tercer día, hay un lugar en España que ansía recuperar la normalidad. Es obligación del Estado no tanto devolvérsela de inmediato -tampoco es cuestión de exigir milagros- pero sí convencer a sus vecinos de que se recurre ya a todos los medios disponibles para devolver a este lugar de España la normalidad.