Este cronista entiende que, si el Estado tiene un problema de asedio, interior o exterior, tiene que hacerle frente. Para ser eficaz en la defensa de su integridad, lo primero que necesita es información. Y para tener buena información en cualquier conflicto, uno de los instrumentos más acreditados y practicados es el espionaje, porque los conspiradores contra la unidad nacional no andan por las redacciones contando sus planes y estrategias.
El espionaje puede ser antiguo, con infiltrados y confidentes; puede ser algo más moderno con la aplicación de nuevas tecnologías, o puede ser supersofisticado, como dicen que es este Pegasus. A mí, por tanto, no me extrañaría nada que se hubiese espiado y esto jamás lo diré en público, pero lo grave sería que el Estado no tuviese toda la información de las intenciones de sus adversarios habiendo medios para tenerla.
Fuera caretas y seamos realistas. No puede ser más grave investigar a quien quiere romper el Estado que trabajar por romperlo.
Ahora bien: como eso es indecente, hay que hacerlo sin dejar rastro. Primero, porque atenta contra derechos básicos. Segundo, porque puede ser un delito. Y tercero, porque el independentismo necesita este tipo de denuncias para cargarse de razones y, en el caso de Cataluña, para volver a unirse.
Y nada une más al independentismo que la denuncia de espionaje. Da vida al discurso victimista y sea verdad o no, permite decir que un Estado que espía sigue siendo un Estado opresor.