Con impecable nitidez recuerda la tarde de Yom Kippur en que un coche deportivo bajaba la cuesta a velocidad de vértigo, dando bandazos, como fuera de control, y se le echaba encima invadiendo su carril. Victoria realizó una maniobra brusca para esquivarlo y por el rabillo del ojo observó cómo el descapotable se le cruzaba por delante, raspando su parachoques, y se perdía dando vueltas de campana por el cortado de la cuneta.
El gender fluid frenó en seco, descendió del coche y no se le ocurrió una reacción mejor que exclamar “fuck!” “Fuck, fuck, fuck,” tres veces seguidas y pegándole patadas a la rueda delantera. Pataditas a los neumáticos, igual que suelen hacer los compradores de coches de segunda mano cuando no saben nada de mecánica. Aquí les llaman tire kickers porque, de esta manera tan ridícula, cerciorándose disimuladamente de que las ruedas tienen aire, pretenden aparentar que entienden de vehículos y que no se van a dejar engatusar fácilmente por el vendedor del concesionario.
Los padres de Victoria, a los que ella no puede escuchar, comentan el primer hecho extraordinario acontecido esa noche. Consiste en que uno de los major networks, CNN, concede por primera vez y en prime time una entrevista al candidato del partido Libertarian. El avance imparable de Donald Trump hacia la Casa Blanca, un Frankenstein creado por el partido Republicano al que la prensa le ha jaleado las gracias en una imprudente avidez por reclutar audiencia, obliga ahora a promover desesperadamente otras alternativas como la del exgobernador de Nuevo México, Gary Johnson, a cuyo partido, el Libertarian, tradicionalmente la prensa le ha venido negando un simple vaso de agua.
El segundo hecho sin precedentes aparece a continuación en las pantallas de la misma cadena. Consiste en que los congresistas demócratas deciden atrincherarse en el Capitolio. Demandan que se vote una propuesta de ley que impida la compra de armas a las personas incluidas en la lista de presuntos terroristas… como hubiera sido el caso del asesino de Orlando. Los republicanos se niegan. “Las armas no matan” afirma indignado un representante de Texas siguiendo las consignas de la mano que le da de comer, The NRA, la poderosa Asociación Nacional del Rifle.
“Los que matan son los terroristas o los enfermos mentales. Las armas nos protegen. Gracias a la defensa personal que proporcionan las armas, se salvan en América más vidas de las que se pierden.” Con estos argumentos los republicanos echan por tierra la propuesta dejando entrever que, en realidad, se trata de una cortina de humo demócrata para desviar la atención sobre la incompetencia de Hillary Clinton en política antiterrorista. Alguno, basándose en estadísticas de dudosa procedencia, llega incluso a afirmar que resulta más probable morir en una masacre en Francia, con todas sus regulaciones, que en Estados Unidos, con sus plenas libertades.
Así que, sin pestañear, el presidente del Congreso ordena apagar las luces y colocar las cámaras de televisión apuntando hacia el suelo. Se cierra la sesión y los republicanos abandonan el Capitolio para empezar a disfrutar de las vacaciones que la clase política celebra en torno al 4 de julio. Y lo hacen sin sonrojarse. Ni siquiera ante el numeroso grupo de manifestantes que a la salida les gritan “Go back and do your job!, ¡Volved y haced vuestro trabajo!”
“¡Perro faldero de la Asociación del Rifle!” exclama el agente Glover leyendo en su despacho el titular del Daily News que reproduce una foto de Paul Ryan, the Speaker of The House. “Y no es que yo, precisamente, sea muy sospechoso de ser de izquierdas…” le comenta con sarcasmo a Chuck Madera. “Pero esta moción del No Fly, No Buy es de sentido común. No entiendo cómo tienen la desfachatez de negarse...”
En sus sueños, Victoria cree que gritó fuck para maldecir su suerte. No quería estar allí. No podía estar allí. Había cogido el coche de su padre sin permiso precisamente el día en que la ortodoxia judía marca que no se puede conducir de ninguna de las maneras. Denunciar este hecho supondría denunciarse a sí misma ante su familia y conocía perfectamente las consecuencias: la mandarían al internado de Israel con el que la habían amenazado ya en la anterior trifulca.
Entonces, sin saber muy bien qué hacer, pero incapaz de negarle la asistencia a un herido, Kingston descendió por el terraplén y se puso a grabar con la cámara del teléfono. Quizás por ese instinto que tienen los adolescentes de registrarlo todo gráficamente. O, quizás, para poder posponer su testimonio, o salvarse de hacerlo enviándoselo a las autoridades de forma anónima.
Madera y Glover revisan la escena en el vídeo. Kathy sale del coche malherida. Sangra a borbotones por la entrepierna. Avanza unos pasos y se detiene al notar la presencia de Kingnston. Seguramente no puede verla porque pregunta: “anybody there?” Luego cae al suelo de espaldas. Respira con jadeos entrecortados. La cámara se acerca. Kathy vuelve a hablar sin apenas mover los labios. “I need a break…” pronuncia, “necesito un descanso...” Silencio.
Ruido de pasos y la voz de Kingston en primer plano que se dirige a Kathy: “are you OK, lady?” Kathy no responde. Otra vez Kingston, esta vez mucho más nerviosa: “No, no, don´t die, please. No, por favor, no se muera. Stay with me.” Y a continuación, en lo que se intuye como un intento desesperado por mantener alerta a la accidentada, Victoria formula la inocente pregunta cuya respuesta conoce cualquier norteamericano: “Who lives in a pineapple under the sea?” Kathy no reacciona. Kingston insiste: “No se muera. Aguante.
Dígame: who lives in a pineapple under the sea?” Kathy lanza un gemido. “I need a break… necesito descansar” le suplica. “Please, would you give me a break? Por favor, déjame descansar.” “No, no” insiste la gender fluid. “Stay with me. Dígame: ¿quién vive en una piña debajo del mar?” Kathy gira la cabeza muy lentamente intentando localizar a su interlocutora y con un hilo de voz responde: “Sponge Bob Square Pants!” Esas son, ya ves tú lo que es la vida, sus últimas palabras: “Bob Esponja, Pantalones Cuadrados.”