Cuando John Donahue regresa a su casa en el Valle Sin Retorno, lo primero que le llama la atención es ver la bicicleta de su mujer, Kathy, tirada en la acera con un cartelito que dice gratis. “What the heck?” “¿Qué carajo es esto?” gruñe saltando de la camioneta y pegando un portazo. Su hijo Mickey abre el garaje con la clave y corre hacia adentro llamando a la madre, “Momy!” “Momy!” Malhumorado, John recoge del suelo la bicicleta y, sólo entonces, se da cuenta de que el coche de su mujer no está. Del Packard descapotable que Kathy compró en una subasta el verano pasado; modelo Caribe; color arena del Sahara; año de fabricación 1953… solamente queda la funda de lona arrugada en un rincón. That´s really weird. Están pasando cosas muy extrañas.
Packard dejó de fabricar coches en 1958. La fábrica es hoy una enorme ruina urbana en el centro de Detroit, estado de Michigan. Está en el East Side, la zona este de la ciudad; un lugar plagado de joyas arquitectónicas derruidas, quemadas, con el techo hundido; con antiguos teatros y hoteles de lujo convertidos en aparcamientos; con calles en las que sólo habita una familia y donde el césped de las aceras, descuidado, ha crecido hasta convertirse en arbustos tras los cuales siempre hay un desesperado que aguarda a que baje algún niño del autobús escolar para atracarle. Detroit, la ciudad de los coches, de la música motown, del glamour, es hoy un fantasma que se parece más al Sarajevo de después de la guerra. A algunas zonas abandonadas de la Habana vieja. La ciudad está haciendo lo imposible por recuperarse, pero muchas fábricas se han trasladado a México y compañías como Ford o General Motors ya no generan suficientes empleos.
Hoy, el día en que se pronostican gusts of wind up to seventy miles per hour (ráfagas de viento de hasta ciento veinte kilómetros por hora) y tin roofs cartwheeling across the sky (y tejados de chapa, en consecuencia, dando volteretas por el cielo), la prensa de Michigan ha amanecido con un doble anuncio de esperanza. Un empresario español, el misterioso señor Palazuelo (arruinado en Madrid en 2008, enriquecido en Lima, Perú, en 2010) se ha hecho con la fábrica de Packard, 325 mil metros cuadrados, por la irrisoria cantidad de 400 mil dólares y anuncia que la reconvertirá en apartamentos y oficinas en el plazo de cinco años. También en portada, una ONG local, Write a House, ofrece casa gratuita a cualquier escritor o artista que quiera establecerse en Detroit. Si los candidatos aguantan dos años como residentes en la ciudad desierta y después muestran deseo de quedarse, el título de propiedad es suyo.
Mientras coloca la bicicleta de nuevo en el garaje, John Donahue recuerda el incidente que reventó la rueda delantera. Había ido a recoger a su mujer con el coche y colocó la bici en la vaca. Por el camino discutieron. Kathy le achacó a John que siempre estuviera ocupado. John contraatacó diciendo que más ocupada estaba ella en el hospital y que él era quién de verdad se sentía desatendido. Los reproches se convirtieron en gritos. Los gritos dieron paso a un silencio tenso y prolongado y, antes de que pudiera reaccionar, John se olvidó de la bicicleta y la estampó contra el muro de la fachada al intentar meter el coche en el garaje. “Muy bonito, gracias” es todo lo que dijo Kathy. “Yo la arreglaré, no te preocupes” se disculpó John. “No te molestes, ya no la quiero” zanjó su mujer cerrando de una patada la puerta que conectaba con la cocina.
A media hora de Detroit está Ann Arbor; una ciudad pequeñita, universitaria, casi de cuento. Otra cosa. La sede de la Universidad de Michigan y del estadio deportivo más grande de Estados Unidos: The big house, sede del equipo de fútbol americano que da cabida a 110 mil espectadores. Ohio es siempre el gran enemigo a batir.
En la Universidad de Michigan, famosa en todo el país por sus prestigiosas facultades de derecho y medicina, se encuentra Grace Donahue, la hija mediana de John y Kathy. Ha venido a visitarla aprovechando el puente porque contempla UM como opción para el año que viene. En una biblioteca victoriana, parecida a la de Harry Potter, un profesor pide a los alumnos visitantes, sentados en círculo, que se presenten diciendo su nombre y los pronombres que hay que utilizar para dirigirse a ellos. Grace dice que sus pronombres son She, her, hers. Ella, su, suya-o, suyas-os. El chico de al lado, con las uñas pintadas de negro, dice que se llama Kingston y que sus pronombres son They, them, theirs. Ellos, su, suyos, suyas. Grace se siente un poco naif al escucharle. El profesor está ya acostumbrado a los transgender. En sus aulas ha visto a bastantes chicas convertirse en chicos y a chicos transformarse en chicas. Ahora la universidad está aprendiendo a tratar con respeto a los transgénero que se sienten a mitad de camino y no quieren ser ni ella ni él, sino ellos.
A Grace le entra un texto de su padre. “¿Sabes algo de mamá?” “Ni idea” contesta. “Estoy en Ann Arbor. Hablamos luego.”