TK significa To Come, que viene a ser algo así como si en español pusiéramos MA, más adelante. Comienzas a redactar y, cuando no tienes el dato, pones TK. Por ejemplo: “Park Avenue se llama así porque esta avenida de Nueva York, en su día, fue un parque. Pero en los años TK del siglo TK el coche requería más espacio y el alcalde de entonces, TK, le recortó los bordes para poner asfalto. TK carriles en dirección norte y otros TK en dirección sur, convirtieron al legendario parque en una modesta mediana.” Los To Come van con k, en lugar de c, porque al ser una combinación de letras poco frecuente en inglés, resaltan más.
Una vez terminado el artículo, le das al corrector y te quedan todos subrayados en rojo. Así no se te escapa ninguno. Cambias “en los años TK” por “en los años 20” o “el alcalde neoyorquino TK” por “Jimmy Walker” y santas pascuas. El agente Glover, que aprendió el truco en Harvard, donde se licenció en comunicación, lo utiliza ahora para redactar su informe pericial. “No tenemos nada. Es un accidente” protesta. “El vehículo se sale de la carretera, cae por un terraplén y la conductora muere a causa del impacto. Punto y final.” “No exactamente” le corrige Chuck Madera. “Según el perito forense, la señora Donahue murió desangrada. Y, ese corte en la femoral, podría habérselo producido TK antes de que TK arrojara el vehículo al río.”
“¿Y quién es TK? ¿Guss Sanders? Que haya muerto su amante no le convierte en asesino.” “No, pero hay muchas pistas que le convierten en mentiroso. Primero mantuvo que no había visto a Kathy esa mañana. Luego lo admitió, pero se excusó diciendo que había sido un encuentro breve.
Una pequeña discusión. Y ahora también sabemos que en el útero de la fallecida hay rastros de su ADN. El encuentro fue más interesante de lo que el doctorcito se empeña en revelarnos. Glover: tenemos un asesino, sólo nos falta adivinar por qué lo hizo. Y yo tengo una hipótesis: celos profesionales.”
Rachel regresa de haber pasado unos días con su hermana en Canadá. Necesitaba descansar. Estaba agitada. “No sé qué me pasa” le confesó a su marido. “No te pasa nada, cariño” le repuso el agente Corcoran. “Es lo normal. El bebé y la tienda te están consumiendo demasiadas energías. Escápate el fin de semana con Helen. Tú sola.” Así que Rachel dejó al peanut con sus padres y se ausentó sin poner demasiadas pegas.
Ahora volvía. Con muy buen color. “Te ha dado el sol.” “Sí, eso parece.” Pero sin apariencia de haberse recuperado del bajón. De esa desidia que Dave ha visto acrecentarse últimamente, sobre todo, en su escaso rendimiento en la cama. “¿Qué tal tu hermana? ¿Todo bien?” “Sí, estupendo.” “Sigue con su nuevo marido ¿o ya está pensando en cambiar otra vez?” “¿Quée?” “Es una broma, mujer.” “Voy a darme una ducha.” “¿No necesitas alguien que te enjabone la espalda?” “No, deja, deja. Vengo agotada de conducir.”
El agente empieza a intuir que a su mujer le ocurre algo extraño pero no puede sospechar de qué se trata. Sumido en sus pensamientos, escucha el sonido de las arandelas al descorrer la
cortina del baño. Luego el chillido metálico del grifo y, por fin, el choque sordo del agua contra el cuerpo desnudo de su esposa. ¿Qué le pasa a ésta? La voz de Rachel le devuelve a la escena. “Y tú ¿qué tal?” le grita desde la bañera. “Bien, todo bien.” Por alguna razón el instinto de Dave Corcoran le lleva hasta la maleta que Rachel ha dejado sobre la cama de matrimonio. La abre y revuelve distraído entre la ropa. Encuentra un bañador. Lo observa confuso y le grita a su mujer: “Oye, ¿tú te has llevado un bikini a Montreal en mayo?”