La Eurocopa nunca tuvo el flow de los Mundiales. Nunca. Nadie recita de memoria los títulos europeos de Alemania o Italia, o las finales de Checoslovaquia y la URSS. En ninguna Eurocopa vimos un gol de Maradona cruzando todo el campo para batir a Inglaterra. No recordamos esa finta de Pelé, o el penalti a Cruyff en la final de Munich, ni a Zidane con su cara en el Arco de Triunfo de París.
No, la Eurocopa es un poco más nuestra, de andar por casa, y sus leyendas forman parte incluso de la contracultura.
La más grande de todas lleva bigote y se llama Antonin Panenka. Un futbolista checoslovaco, mito del Bohemians y del Rapid de Viena que condujo a su país a la más grande victoria de su vida ante la Alemania Occidental. Una historia incomprensible para la ‘generación z’.
Porque Panenka pasó casi toda su carrera en el tercer club de Praga, sin posibilidad de salir de allí porque no había mercado de fichajes. En 1976 pasó a la historia por cinco segundos de genialidad sobre el campo. Era la final de la Eurocopa y el empate había llevado a los penaltis a Checoslovaquia y Alemania. Los checos habían metido los cuatro primeros lanzamientos y Uli Hoeness había fallado uno para los alemanes. Panenka era el último, el especialista. Enfrente tenía a Sepp Maier, un mito de las porterías. El siete del bigote salió disparado hacia el balón y se frenó en un último impulso para acompañar un golpeo suave, que hizo una parábola hacia el centro de la portería. Maier no supo reaccionar; nadie habría sabido; y ese gol se convirtió en el título de campeón para la gran Checoslovaquia.
El caso es que Panenka ya lo había hecho antes, pero no en una Eurocopa, y el Telón de Acero se había encargado de guardar el secreto. Lo había ideado en sus entrenamientos con Hruska, el portero de su equipo, con quien se retaba a penaltis y se apostaban cervezas y tabletas de chocolate. La noche antes de la final, el propio Hruska le pidió que no lo tirara con su método y llegó a amenazarle con dejarle durmiendo en la calle. Quizás si lo hubiera fallado hoy sería un traidor a su patria. Pero lo metió.
Panenka pasó a la historia y Checoslovaquia cedió ante la fama de su fútbol y permitió a algunos jugadores fichar por equipos de occidente. Panenka se fue a Viena a ganar ligas de Austria. Recuerda cómo iban desde Praga con cristal para vender y regresaba con vaqueros y ropa de colores, lujos en la Chequia de los 80’.
Y el símbolo quedó para siempre. Hoy es un hombre de 72 años, presidente de honor del Bohemians de Praga, que se ha convertido en un club alternativo por antonomasia, con el símbolo del héroe antiguo por antonomasia.
Hay más de 25 medios de comunicación con su nombre en todo el mundo. Uno en España, símbolo también del fútbol contracorriente.
Y para muchos es sólo un penalti de una final de una Eurocopa tan lejana que hoy parece incomprensible.