Esta semana se ha cumplido un aniversario triste para una familia, feliz para la ciencia y controvertido desde el punto de vista ético: el aniversario de la muerte de Henrietta Lacks. El 4 de octubre de 1951, esta mujer pobre y afroamericana fallecía en un hospital de Baltimore. Tenía un cáncer cuyas células siguen hoy vivas y repartidas por todo el mundo. Unas células por las que se han llegado a pagar cantidades millonarias sin que la familia de Lacks haya visto un solo dólar. ¿Cómo es posible que una célula no muera nunca?
En Por fin no es lunes Mario Viciosa nos explica que una célula cancerosa tiene la cualidad de acumular mutaciones que le son beneficiosas, pero para reproducirse sin control, formando tumores. Una mutación no es más que un error aleatorio que se produce en el libro de instrucciones de la célula, el que le dice cómo fabricar otra célula idéntica a ella. Esos errores, de repente, si no se corrigen, dan lugar a esas multiplicaciones sin freno. Pero es que además, adquiere el superpoder de camuflarse de las defensas del organismo y de poder viajar por todo el cuerpo, colonizando malignamente otros tejidos.
No son fáciles de matar. Pero es que, encima, las muy malditas no se mueren fácilmente. Son potencialmente inmortales en el organismo. No se mueren fácilmente de 'muerte natural' porque el sistema que usan para salvaguardar su preciada información genética no se deteriora en cada copia. Estamos hablando de los telómeros. Los telómeros son como los remates que tenemos en los cordones de las zapatillas. Se van haciendo más cortos cada vez, con el riesgo de que el cordón (que en nuestras células serían los cromosomas) se deshilache. Cada vez que atamos y desatamos los cordones se van desgastando.
Y eso es debido a que, entre otras cosas, perdemos el tamaño de nuestros telómeros. Es algo natural. Las células cancerosas no pierden tanto telómero. Las muy villanas son capaces de conservarlo en cada copia. Y así es como funcionan las células de Henrietta Lacks, que se han multiplicado sin control hasta nuestros días. Sus células malignas fueron guardadas en la unidad de cáncer del hospital y se han utilizado en múltiples investigaciones. Con ello, se creó un mercado de células HeLa, que se vendían por cantidades astronómicas a otros laboratorios.
La familia Lacks no ha visto un solo dólar
La familia de Henrietta se enteró de que una parte de su abuela seguía viva. Un día, su viudo recibió una llamada de los genetistas que estaban buscando a sus descendientes para ver qué tenía su ADN para ser tan especial. El pobre hombre creyó entender que tenían retenida a su mujer, encerrada en un laboratorio viva e inmortal. Mientras, parecía que alguien se estaba haciendo rico con esas células que prometían curar el cáncer, cuando ellos, sus descendientes, seguían casi en la pobreza. Por desgracia, no pudieron reclamar. Había pasado demasiado tiempo desde que Henrietta Lacks había muerto.
Hoy, un caso así, con la legislación y códigos éticos en la mano, sería imposible. Y un cáncer como el de Henrietta, tampoco. Existen vacunas efectivas para prevenir ese tumor. El problema es el mismo ahora que entonces: las personas más pobres del mundo no tienen acceso a esas vacunas o son víctimas de bulos sobre sus efectos.