El himno de las barras y estrellas suena bien alto en el Estadio Olímpico de México. Sobre el podium, John Carlos, Peter Norman y Tommie Smith, los tres medallistas de los 200 ms. Smith y Carlos bajan la mirada y levantan el puño, cerrado y envuelto en un guante negro. Norman, australiano, luce una pegatina en el pecho en defensa los derechos humanos.
Es octubre del 68. El black power ha llegado a los Juegos Olímpicos y la protesta retumba en todo el planeta.
Dos días después, el Comité Olímpico los expulsará de los Juegos y pasarán al ostracismo en sus países.
Smith volverá a casa, recibirá amenazas y tendrá que dejar de competir. Tiene 11 récors del mundo, pero sólo podrá encontrar trabajo en un aparcamiento. En 2010 subastará su medalla y sus zapatillas para vivir.
Carlos también recibirá amenazas y buscará fortuna en el fútbol americano. En el 77 su esposa, que ha tejido esos guantes negros, se suicidará.
Norman, el australiano, será vetado por su país para los siguientes juegos, y olvidado en la ceremonia de los de Sidney en el año 2000. Morirá de un ataque al corazón en 2006 y su féretro será llevado a hombros por Smith y Carlos, los que ahora le acompañan en el podium. Su sobrino dirigirá en 2008 la película Salute, un documental sobre los tres defenestrados.
Es octubre del 68 y en Estados Unidos el black power es más que un eslogan. 46 personas han muerto en los disturbios que han seguido al asesinato de Martin Luther King. Disturbios en más de 120 ciudades y el ejército desplegado en Chicago, Boston, Newark, Cincinatti…
Y un año antes, Detroit ardió ardido durante 5 días como consecuencia de los enfrentamientos entre la policía y la minoría negra de la ciudad. 43 víctimas, entre ellas Tanya Blanding, una niña de 4 años convertida en símbolo.
Detroit fue apagado por el ejército y la guardia nacional, e inmediatamente dio el salto a la cultura norteamericana.
David Bowie le dedicó ‘Panic in Detroit’ en 1973.
John Hersey describió los hechos en un libro que fue llevado al cine en 2017… la Detroit de Kathryn Bigelow.
Y uno de los mejores novelistas americanos ambientó su genial Middlesex en los disturbios de su ciudad natal. Jeffrey Eugenides, un escritor peculiar, con sólo tres novelas, un Pulitzer y muy reacio a hablar en los medios.
Eugenides tenía ocho años cuando el barrio de su infancia se convirtió en trinchera y nueve cuando vio por televisión a Tommie Smith levantando el puño por sus vecinos negros.